martes, 1 de mayo de 2012

Aconsejar, una Función del Ministerio

Aconsejar, una Función del Ministerio
 (SEMINARIO REINA VALERA)
LA NATURALEZA DEL MINISTERIO PASTORAL
El ministro es llamado a servir a una generación que no solamente está amenazada por los problemas que todo hombre ha confrontado, sino también por una multitud de problemas que plagan la generación presente. Entre ellos están: (1) la amenaza del hambre para millones por causa de la explosión humana; (2) el peligro de aniquilación bajo la guerra nuclear; (3) las amenazas de rebelión por los jóve­nes cuya adolescencia se complica por la incertidumbre de la sociedad entre la libertad excesiva o la autoridad y por ende escoge ambas; (4) el problema de su opulencia resul­tando en un materialismo que hace que los hombres sean politeístas prácticos que hacen ídolos de las cosas; (5) la tragedia de la rápida disolución del hogar; (6) el problema de la explosión educativa que ha dado por resultado que algunos sean educados más allá de su sabiduría; y (7) el problema de un secularismo que hace a Dios a un lado y a la iglesia anticuada e innecesaria.
Así es el mundo al que ha sido llamado el pastor. A esta clase de edad tiene que servir significativamente. El ministerio pastoral puede entenderse mejor si se le basa en una trinidad de premisas: (1) Es de Dios; (2) es por el Espíritu Santo; y (3) es para la gente.
1. Es de Dios
Ningún estudiante serio de la Biblia puede poner en tela de duda que el ministerio es de Dios. Esto se afirma tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento. El pas­tor nunca debe alejarse de la profunda verdad de que ha sido llamado por Dios para hacer la obra de Dios del modo que Dios quiera. Una visión clara del punto de vista bíblico de su llamado y de la misión de la iglesia será, como Jowett dice, "nuestra salvación de volvernos oficiales pequeños en empresas transitorias. Nos hará en verdad gran­des, y por tanto, nos evitará pasar nuestro tiempo en ni­miedades." Esto también le permitirá dedicarse a activi­dades cuyo propósito es el cumplimiento de la misión de Cristo para la iglesia. ¡Qué tanta "administración trivial" pastoral se eliminaría si los pastores conservaran una pers­pectiva clara de que su obra es de Dios, y de que esta obra debe siempre guiarse por los objetivos que Dios ha dado para su iglesia!
La Biblia no es muda acerca del carácter del ministro ni acerca de la naturaleza de su ministerio. Las siguientes citas demuestran esta perspectiva bíblica:
Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo (I Timoteo 3:2-7).
Y de San Pedro:
Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidan­do de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pas­tores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria (I Pedro 5:2-4).
Una pequeña estaba dibujando con sus crayolas. Su madre le preguntó qué estaba dibujando. "A Dios" respondió ella. Su madre contestó, "Pero hija, nadie sabe cómo es El". "Ya lo conocerán cuando yo termine", dijo ella. Cuando el pastor ha terminado su ministerio en una iglesia dada, sus feligreses han de conocer cómo es Dios porque han visto su retrato en el trabajo del pastor. Si su ministerio es de Dios, representará a Dios.
El hombre que esta firmemente convencido de que su ministerio es de Dios estará por encima de la lucha por prestigio que capta la atención de muchos pastores contemporáneos. Mucho se ha escrito recientemente sobre la "crisis de identidad" que confrontan los ministros. Se da por sentado que socialmente, el ministro sufre por la falta de una adecuada definición de su actuación. Ningún pas­tor, por más listo que sea, escapa las implicaciones de la multiplicidad de expectaciones de su actuación impuesta sobre él por una sociedad que no está segura de lo que debe ser el trabajo de un ministro.
Recientemente una agencia de evaluación pedagógica envió un cuestionario a mil líderes laicos de varias denominaciones preguntándoles su concepto de "un ministro sobresaliente". Los datos fueron turnados a un grupo de examinadores psicológicos y se les pidió que dijeran a quién estaban describiendo. Su respuesta fue, "Uno de los vicepresidentes de Sears y Roebuck."
William E. Hulme dijo, "El ministro sufre de un sen­tido de inferioridad profesional. Ante sus propios ojos él ocupa el último lugar, él está al pie de la lista de las profesiones". Y siendo así, muchos ministros anhelan ser reconocidos como doctores, licenciados, psiquiatras y psicólogos. De esta manera, reflejan la enorme tendencia de la cultura a formar clasificaciones y agrupar a la gente en ella. Hay que afirmar que si el ministro alguna vez gana un rango igual con otras profesiones, será un paso atrás para el ministerio. Quizás los ministros debieran estar al tanto de los resultados de un estudio comprehensivo hecho hace algunos años por una comisión federal sobre la salud mental. En respuesta a la pregunta: "¿A dónde acude usted a buscar ayuda con un problema personal?", La gente contestó así: el 42 por ciento fueron con su clérigo; el 29 por ciento con su doctor; el 18 por ciento con psiquiatras o psicólogos; el 13 por ciento acudió a agencias de trabajo social; el 6 por ciento con licenciados; el 3 por ciento con sus consejeros matrimoniales, y uno por ciento acudió a maestros, enfermeras, policías y jueces.
El estudio reveló además que los resultados fueron tan favorables, si no más, quizás, para la persona que consultó a un clérigo, que para los que buscaron los servicios de otros profesionistas. El ministro debe darse cuenta de que en la opinión de muchos, él ya posee el prestigio que con toda el alma desea. Quizás él deba dar su atención a las cosas que en verdad importan. Si el ministro está deseoso de una clasificación ¿qué tiene de malo la de "siervo de Dios"? ¿Qué más puede uno desear?
2. Es por el Espíritu Santo
Esto no significa que es el ministerio del Espíritu aparte del ministro; sino más bien a través del ministro. La Iglesia Primitiva consideró de sumo valor el ministerio de personas llenas del Espíritu, aún para personas escogidas para ministrar en puestos subordidanos. En los Hechos de los Apóstoles se recalcó que los diáconos tenían que ser hombres "llenos del Espíritu Santo" (Hechos 6:3). El Espíritu Santo llamó literalmente a Bernabé y a Saulo diciendo: "Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado" (Hechos 13:2). La historia nos informa que fueron "enviados por el Espíritu Santo" (Hechos 13:4).
Sanders dice, "Hombres llenos del Espíritu Santo pueden ejercer sólo el liderato espiritual. Otras cualidades son de desearse. Esta es indispensable."5 Asegura también que "la espiritualidad no es fácil de definir, pero su presen­cia o ausencia fácilmente puede ser discernida."6
Un ministerio sin el Espíritu es como un guante sin mano; tiene la forma, pero no la sustancia. El pastor que hace el intento de ministrar significativamente a personas que están luchando con las realidades ásperas de la sociedad contemporánea, muy pronto llegará a la bancarrota de sus propios recursos humanos. El pastor debe confrontar que tiene que depender intensamente en los medios del Espíritu Santo si quiere seguir pastoreando con un sen­tido de suficiencia.
El pastor puede ver los rostros de sus feligreses en cualquier día del Señor, y ver problemas reflejados en ellos, cuyo número es excedido sólo por su profundidad. En una congregación de cualquier tamaño, se puede encontrar personas azotadas por hondos complejos de culpa; per­sonas cuyas vidas no tienen sentido; jóvenes que han sido atrapados en las tormentas y preocupaciones de la adolescencia; ancianos que se enfrentan a la cercanía de su propia muerte; los temerosos, los abandonados, los que buscan amor. El tiene que servir a todos estos, los desheredados, el desengañado, y el desmayado. ¡Qué labor tan grande tiene el pastor y cómo necesita el poder del Espíritu Santo en su vida!
Hace algunos años el que esto escribe fue confrontado con una pregunta de la que no ha podido escapar. La incluyo aquí con la esperanza de que trastorne a otros como lo trastornó a él. El Dr. Carl Bates preguntó: "¿Qué está usted haciendo que no logrará hacer a menos que el poder de Dios descienda sobre su ministerio?"7
3. Es para la Gente
Un ministro le dijo una vez a su psiquiatra, "Mi vida se caracteriza por una multitud de contactos y una pobreza de relaciones". ¡Cuánta verdad hay en esto para muchos ministros! Los contactos automáticamente existen por la naturaleza misma del ministerio, pero las relaciones que resultan de estos contactos son enteramente la creación del ministro. La profundidad del ministerio de un hombre se mide por las profundidades de sus relaciones interpersonales con su congregación. De estas relaciones se originan tanto la agonía como la pasión del pastor, sólo que hay más pasión que agonía.
Uno de los errores más trágicos que un pastor puede hacer es el de no reconocer el valor de las personas. Es el día más oscuro en la vida del pastor cuando mira a una persona, y ve una "cosa". Las cosas pueden usarse, pero las personas son para ser amadas. ¡Cuán sutil es la tentación del pastor de dominar a su pueblo en vez de servirlo! Séneca dijo, "Dondequiera que hay un ser humano, allí hay una oportunidad de ser amable". Un proverbio japonés dice, "Una palabra cariñosa puede dar calor a tres meses de invierno". El éxito de un pastor se determina, no por el número de congregantes que tiene, sino por el núme­ro de personas a quienes sirve.
Muchos ministros tienen un "complejo de edificios" que hace poner los templos como lo principal en su ministerio. ¡Qué preocupados están muchos pastores de que sus edificios sean suficientemente amplios para contener a sus oyentes! De mayor interés debería ser la pregunta; ¿tengo lugar para todos ellos en mi corazón?
Si uno quiere servir a la gente, ha de principiar entendiéndolos. Lindgren dijo, "Mientras más profundo sea su entendimiento de las personas y más cercana su relación pastoral con ellos, más éxito logrará en hablarles signi­ficativamente". Clinebell aseguró: "La única relación que en verdad es importante, es la relación a las necesidades profundas de las personas". Una mujer le dijo a su aconsejador, "Cada persona es alguien buscando ayuda". El pastor tiene que responder a este clamor, y el no responder es tanto como negar que esas personas necesitadas son per­sonas.
Jesús sentó el patrón en la parábola del buen samari­tano. ¿No es acaso extraño que de las tres personas que vieron el hombre herido—el sacerdote, el levita y el samaritano—fuese este último, el que no era clérigo, el único que hizo algo por él? Es triste que el sacerdote y el levita estuvieran tan ocupados con su ministerio, (o lo que fuera) como para servir. Se ha dicho que "pretendemos amar a todos, y al generalizar nuestro amor para todos, dejamos de captar la relación de tú y yo. En vez de la intensidad de una relación que hace algo por alguien, hemos aceptado el pobre substituto de darnos la mano con alegría y de hacernos amigos e influir en la gente."
En su evangelio, San Marcos afirma que quien quiera una posición prominente tiene que ser el esclavo de todos, y recalca el argumento recordándonos que nuestro Señor "no vino para ser servido, sino para servir" (Marcos 10:45).
En conclusión, debemos reafirmar que el ministerio pastoral descansa sobre esta trinidad de premisas: (1) Es de Dios; (2) por el Espíritu Santo; (3) Es para su pueblo. Dejemos afuera el "de Dios" y el ministerio se convertirá en una decisión vocacional en lugar de un llamamiento. Quitemos el "por el Espíritu" y el ministerio será una ac­tuación humanitaria. Quitemos el "para el pueblo" y el ministerio se convertirá en una manipulación, no en una mediación.
EL LUGAR DEL ACONSEJAMIENTO EN EL MINISTERIO PASTORAL
Por ser el ministerio pastoral lo que es, el ministro tiene que enfocar todo, en vez de ser un especialista. Cuando el pastor principia a "especializar" cualquier aspecto del ministerio, tal vez los otros aspectos de su trabajo sufran. El pastor contemporáneo tiene que orar, estudiar, predicar, enseñar, planear, organizar, visitar, administrar, aconsejar, amén de miles de responsabilidades diversas. Las labores pastorales son tantas y tan diferentes que sería indeseable e imprudente que el ministro omitiera alguna o le diera poca atención a otra.
El pastor tiene que aprender a organizar su tiempo para que una actividad no absorba demasiado de su tiempo. Los pastores que escogen especializarse en una sola función de su ministerio carecen de una percepción adecuada del ministerio pastoral. La cosa más cercana a una especialidad en el trabajo pastoral sería predicar, pero aún este objetivo valioso tiene sus peligros. Los pastores pueden dedicar a tal grado su tiempo y atención en preparar sus sermones que se encierren como ermitaños alejados de su pueblo. Un pastor que no está en constante contacto con sus ovejas no es un pastor.
Aconsejar es una parte importante del ministerio pero no es todo. El pastor que dedica mucho tiempo aconsejan­do no sólo tiene una falta de comprensión de su ministerio pastoral, sino una evaluación impropia de su técnica de aconsejar. Algunos que se creen muy buenos consejeros quizá ni merezcan esta auto-evaluación, que los hace dedi­carse tanto al aconsejamiento para compensar su deficien­cia en otras labores pastorales. "Anuncian" su ministerio de consejo, lo que resulta en una carga siempre en aumen­to. Esto "justifica" —ante sus ojos— que no le dan el de­bido tiempo y atención a otras labores del pastorado.
La mayoría de los pastores tienen tanta oportunidad de aconsejar como ellos quieran, o necesiten, sin titularse como "especialistas" en este campo. Una gran desventaja de dedicar demasiado tiempo al aconsejamiento es que ab­sorbe demasiado tiempo y energías del pastor para unos cuantos de sus feligreses, al grado que no puede rendir servicios adecuadamente a los demás. Si unos cuantos feligreses demandan continuamente una cantidad excesiva del tiempo del pastor, es casi seguro que la iglesia sufrirá en lo general mientras solamente unos cuantos reciben ayuda. Es mejor ser conocido como un pastor que aconseja, antes que como un consejero que pastorea. Alguien ha contado las veces que el Nuevo Testamento informa que Jesús actuó como consejero, y encontró sólo 35. Sin embar­go, Jesús se destacó como el Predicador y Maestro. El pas­tor contemporáneo no puede ser mejor.
Si bien es posible que un pastor gaste demasiado tiempo en aconsejar, también es cierto que algunos lo menosprecian, cosa que les hace evitar tantas situaciones de consejo como pueden. A algunos pastores les repugna aconsejar, razonando que si los feligreses tuvieran una experiencia religiosa adecuada, el consejo no sería necesario. Algunos tienen desconfianza de ellos mismos en este campo y tienen miedo de meterse en estas relaciones con sus gentes. Algunos tienen miedo de las crudas realidades de la vida que posiblemente descubran así, y por eso titu­bean en meterse en las experiencias de aconsejamiento en manera formal.
El altar y el sofá. Algunos pastores, particularmente los de carácter conservador, no pueden ver la relación entre el altar, y la silla o el sofá, en el proceso de consejo. Creen que la necesidad de aconsejar niega lo que puede suceder y sucede en el altar de la oración. En un sentido amplio, muchos creen que el altar es el símbolo de la teología con­servadora, mientras que la silla de consejo es el símbolo de la teología liberal. Pero esta es una caracterización innecesaria y falsa que resulta en una desagradable polaridad. En realidad el altar y la silla de consejo no se oponen mutua­mente: más bien se complementan. Muchas personas cuyo arrepentimiento es real, cuya consagración es definitiva y cuyo servicio cristiano y testimonio son indubitables, toda­vía necesitan hacer decisiones en una situación de consejo. Tanto el pastor que se da cuenta de esto, como el feligrés que no se siente amenazado por ello, se sienten en libertad de poner sus energías en libertad para la búsqueda de respuestas a estos problemas, sin sentir que esto sea una negación de la fe del laico, una admisión de inefectividad del ministro o un insulto a la tradición teológica de ambos.
Desventajas en un énfasis exagerado al aconse­jamiento:
1. Limita el ministerio del pastor a unos cuantos, cuando los muchos lo necesitan.
2. Les da a los feligreses neuróticos demasiada opor­tunidad de recibir la atención que ellos quieren, en lugar de hacer los cambios que necesitan.
3. Evita que el pastor se dedique a otras labores pas­torales que tienen igual o más importancia.
Desventajas de descuidar esta actividad:
1. Impide que los feligreses reciban la ayuda que nece­sitan en el consejo pastoral.
2. Aísla al pastor de las crudas realidades de la vida que sus feligreses experimentan.
3. Impide el desarrollo de una relación ínterpersonal entre el pastor y su gente, la cual puede resultar de la rela­ción de consejo.
Normas de guía para el pastor:
El pastor puede mantener su aconsejamiento minis­terial en perspectiva adecuada en la forma siguiente:
1. Manteniéndose al tanto de todas sus responsabi­lidades, para que no deje que su tiempo se consuma sola­mente en actividades de consejo.
2. Limitando cada entrevista de consejo, a una hora como máximo, excepto en casos muy raros.
3. Espaciando las entrevistas con cada persona una vez a la semana, para que los feligreses tengan tiempo de aplicar a sus problemas la penetración y aprendizaje de las entrevistas anteriores.
4. Reconociendo que muchos neuróticos buscan aten­ción, y no necesariamente encontrar la solución de sus pro­blemas.
5. Recomendando a sus feligreses a otras personas o agencias cuando sus problemas estén más allá de su com­petencia.
ACONSEJANDO Y PREDICANDO
Generalmente hablando, el predicador puede hacer tres cosas relacionadas con el consejo: (1) puede cerrar la puerta; (2) puede abrirle la puerta a esta actividad; y (3) puede reducir la necesidad para aconsejar.
Hay dos factores que determinan si la predicación abre o cierra la puerta al aconsejamiento: (1) la actitud del pastor, y (2) el contenido de su predicación. La actitud del pastor que se proyecta en su predicación determina en gran parte la cantidad de consejo que él dará. Si en su predicación su actitud es dura, fría, y propensa a criticar, sus oyentes inmediatamente sentirán que él no es la clase de persona a quien ellos pueden comunicarle los aspectos más íntimos de sus vidas. (Por supuesto, la actitud del pastor se revela en sus relaciones, además de la predica­ción, pero en ninguna más claramente que en ésta). Si por el otro lado, su predicación revela simpatía, ternura y en­tendimiento, sus feligreses sentirán que pueden hablarle sobre cualquier clase de problema, sabiendo que él los aceptará. Lamentablemente, algunos pastores comparan la amabilidad con la debilidad y sienten que esta actitud es una negación de las demandas del evangelio. Sin embar­go, un examen de la predicación de Jesús desvanecerá esta creencia porque el Nuevo Testamento claramente deja ver que la verdad más cortante es el amor.
El contenido de la predicación tiene la tendencia de determinar la cantidad de consejo que dará el pastor a su feligrés. Si la predicación es severa y crítica (sobre la ley) alejará a los feligreses del pastor; si es compasiva (llena de gracia) los unirá a él. Jackson dice:
Cuando sus palabras desde el púlpito son evidentemente el esfuerzo de un pastor que está consciente de las personas, para mediar el amor saludable de Dios, él abrirá las puertas del corazón de las gentes, a la vez que las puertas del cuarto de consulta. Porque la predicación efectiva siempre será una invitación a ir más allá en la exploración de las necesidades personales.
La predicación puede eliminar la necesidad de muchas situaciones de consejo, al ministrar propiamente a las necesidades personales con los recursos del amor y la gracia de Dios. La mejor clase de predicación demuestra como la zafia entre la debilidad de la humanidad y las normas de la Deidad pueden salvarse por el puente de la gracia. Así que la predicación es tanto una confrontación como una mediación que son dos elementos presentes en una relación consejera sana.
Esto no quiere decir que la predicación puede eliminar la necesidad de todo consejo. Sólo quiere decir que la clase de problemas que pueden ser resueltos por la predicación deben ser resueltos de ese modo

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