martes, 1 de mayo de 2012

Aconsejamiento Matrimonial

Aconsejamiento Matrimonial
Al pastor contemporáneo se le busca para varios tipos de aconsejamiento: religioso, social, personal, vocacional, educacional, pre-marital. Muchos ministros principiantes se molestan al darse cuenta de que el tipo de consejo para el cual están bien preparados—el religioso—no es el tipo de consejo para el cual son llamados más frecuentemente. Probablemente descubran que se les busca más para dar consejo en problemas matrimoniales y familiares que de cualquier otro tipo. Y esto les preocupa, porque ni su experiencia ni su educación los ha equipado para ministrar efectivamente como consejeros en estas áreas. No pocos desearán haber tenido sus títulos en psicología o sociología y aún los que recibieron esos títulos desean haber oído mejor y haber estudiado más. Con frecuencia sus ex-maestros en el seminario o universidad les oyen la queja: "¡Nunca soñé que las gentes tuvieran tantos problemas y que sus problemas fueran tan complejos! ¡Necesito ayu­da!"
Este capítulo tratará con algunos de los aspectos prin­cipales de esta clase de consejo. Se espera que le dé al lector cierta intuición e información al tratar con este tipo de aconsejamiento tan difícil pero que al mismo tiempo trae tantas recompensas.
PRESIONES DE LA SOCIEDAD SOBRE EL MATRIMONIO
De todas las relaciones interpersonales el matrimonio es la más compleja. Y lo es porque la dimensión efectiva de la personalidad está relacionada más en el matrimonio que en ninguna otra relación. No es una cosa sencilla para dos personalidades separadas y distintas el volverse una, al mismo tiempo que mantienen su identidad. El tratar de hacerlo en una sociedad que, por su misma naturaleza y valores, pone enormes presiones a las relaciones de matri­monio, complica más el problema. Estas fuerzas externas tienen su modo de introducirse en las relaciones de matri­monio, complicando así una situación de por sí tan delica­da y compleja. Algunas de estas presiones sociales son:
1. El desgaste de los valores morales. Ya no hay una definición universal bien clara de moralidad. Hemos llega­do a un período como el de los jueces bíblicos cuando "cada uno hacía lo que bien le parecía" (Jueces 21:25). Para mi­llones de personas en la sociedad contemporánea, cosas como el adulterio, la homosexualidad, el aborto, y el divor­cio son asuntos sobre los que ellas tendrán que decidir—y su evaluación es final—si son correctos o no. Para ellos no hay normas universales y externas que gobiernen la con­ducta.
2. La importancia que se le da al materialismo. Peter Marshall llamó al materialismo, "el anzuelo con la carnada de seguridad". Emerson dijo: "El problema con el dinero es que cuesta mucho". Parte de ese costo es la pérdida de la vida de un matrimonio que desesperadamente pero sin éxito insiste en pagar algo para lo cual nunca tuvo dinero y no debió comprar. La búsqueda de seguridad y el deseo por las cosas puede hacer que las personas den su atención y pongan valores en las cosas que pueden des­truir la relación matrimonial en vez de conservarla. Al matrimonio debe acercarse uno cualitativa y no cuantita­tivamente.
3. La confusión de roles entre esposos. Esto es un re­sultado de que ya no hay una distinción bien clara entre el trabajo del hombre y el trabajo de la mujer. En millones de hogares hay dos que traen el "pan a la casa" en lugar de uno. Esto quiere decir que lo que una vez fue claramente el trabajo (y por tanto la autoridad y responsabilidad) de uno se ha convertido en la tarea compartida de ambos. Esto da por resultado que las parejas no saben el verdadero papel de cada uno y los niños no saben la verdadera actua­ción de sus padres.
4. El valor que se le ha concedido a la juventud y a la atracción física. El hogar moderno está siendo continua­mente bombardeado por la prensa a través de los ideales gemelos de la sociedad: la juventud y la atracción física. El mensaje que transmite es que la persona "vieja" (mayor de 30 años de edad) y el feo (menos que bien parecido) no son deseables. Esto es lo que nos comunican los periódicos, revistas, carteleras, radio, televisión, y está afectando a los matrimonios modernos más de lo que ellos reconocen.
FUNCIONES DEL CONSEJERO MATRIMONIAL
1. La primera función del consejero matrimonial es oír las angustias que los consultantes están sintiendo. En muchos casos estos dolores son intensos, de larga duración, y no se han expresado a una tercera persona. La razón por la cual el consejero necesita oírles, es que el consul­tante siente que su compañero no le ha oído verdaderamente. Los intentos de ser oído por su cónyuge no han dado resultado, y esto añade a su ansiedad y frustración. Cuando siente que su consejero está captando su mensaje y siente como él y con él, el consultante experimenta la catarsisque necesita para tratar su problema en forma más apegada a la realidad.
2. Otra función del consejo matrimonial es la de clarificar los problemas. La mayoría de las personas que vie­nen al aconsejamiento, se dan cuenta de sus síntomas, pero no entienden que es lo que los produce. Una mujer casada y turbada me dijo: "Mi problema es que no sé cuál es mi problema". A través del proceso de consejo se dio cuenta de su problema marital y cómo se había desarrollado.
3. Una tercera función consiste en ayudar a entender los papeles de los cónyuges. En muchos casos de crisis marital, hay una zanja entre la percepción y la actuación del rol o papel de cada cónyuge, así como que hay también una zanja entre la expectación y la actuación de esos roles. La zanja entre la percepción del rol y la actuación del mis­mo es la diferencia entre como uno se ve a sí mismo y como actúa. La zanja entre expectación del rol y la actuación del mismo es la diferencia entre cómo piensa uno que su cónyuge debe actuar y cómo él se conduce de hecho. Por cuanto es difícil que uno vea la zanja entre su percepción de sí mismo y su conducta, siente que es mal interpretado si su cónyuge le señala esta discrepancia. Cuando los dos están así criticándose, ambos se sienten maltratados y frustrados.
4. La cuarta función del consejo matrimonial es la de facilitar la comunicación. En vista de que el asunto de comunicación será discutido después en este capítulo, no trataremos de él aquí, excepto para mencionar que en la base misma de muchos desacuerdos maritales hay un pro­blema de comunicación.
5. Una quinta función es la de estimular el cambio en percepción y conducta. No es suficiente que el consejero escuche quejas, que aclare problemas, que ayude en el entendimiento de actuaciones y ayude a facilitar la comunicación. También debe ayudar a motivar a las parejas tanto para pensar en una nueva forma de conducirse, como en una nueva forma de pensar. La motivación generalmente se obtiene, al menos en ciertos grados, cuando los senti­mientos se han expresado, cuando el problema se ve en una perspectiva clara y las líneas de comunicación se han abierto.
LA GUERRA Y EL CAMPO DE BATALLA
El matrimonio que principia como una conspiración para vencer el aislamiento y la soledad a través de un mutuo rendimiento, con frecuencia se deteriora en una guerra a fuego abierto. En los conflictos maritales es importante que el consejero distinga entre la guerra y el campo de batalla. Muchas cosas: el sexo, el dinero, los familiares po­líticos, la disciplina de los niños—pueden convertirse en campo de batalla, pero quizás ellos no sean la base del conflicto. Pueden ser las ocasiones, pero no las causas del conflicto marital. El porqué de la batalla tendrá que sepa­rarse de el dónde de la batalla. En la Segunda Guerra Mundial algunas de las batallas más feroces fueron pelea­das en islas que eran de poco valor en sí mismas. Las fuerzas opositoras estaban peleando, pero en realidad no por esas islas. Lo mismo pasa con frecuencia en los con­flictos maritales.
La mayoría de las parejas no saben la diferencia entre el conflicto básico y lo que ha causado la tensión. Y mientras ambos asuntos se confundan, no habrá ninguna solu­ción al problema. Una de las mayores tareas del pastor es ayudar a los dos a entender por qué hay un conflicto. Mientras la pareja y el consejero están examinando el campo de batalla no les será posible que puedan entender las razones de la guerra. Las razones de una guerra marital pueden ser limitadas, pero los campos de batalla en que están peleando son ilimitados.
EL PROBLEMA DE LA COMUNICACION
La causa más grande del conflicto marital es la falta de comunicación. Una y otra vez el consejero matrimonial escucha este tema: "No podemos hablarnos". Hay muchas estrofas en este canto tales como:
"Ella nunca me dice lo que piensa."
"El nunca me dice cómo se siente."
"Yo no puedo entenderla. En realidad no la conozco."
"Todo lo que me da es su silencio".
"No nos entendemos."
Una comunicación efectiva incluye tanto el envío como la recepción de mensajes. Pero la comunicación en los matrimonios debe ser profunda: debe ser también el envío y la recepción de sentimientos. En otras palabras, la comunicación tiene que ser racional y emocional. Cuando la co­municación incluye los hechos y los sentimientos facilita el entendimiento entre las dos personas. Una comunicación exacta servirá dos funciones básicas: (1) Revela "la posición" de las personas, y (2) facilita la adaptación al revelar la distancia entre ambas.
Siempre hay una zafia entre dos personas que han entrado en relaciones. El hueco se resuelve cuando las dos personas están decididas a hacerlo. A esto se le llama "ajuste". El vacío puede cerrarse menos efectivamente cuando solamente una de las dos decide hacerlo. A esto se le llama "sumisión".
La sumisión es con frecuencia sólo racional en naturaleza. Por cuanto no es ambas, racional y emocional, es de poca duración; o si lo resiste, lo hace a costa de cierto grado de pérdida de la dignidad de su persona de parte de quien es sumiso. Uno siente que está jugando un papel y su corazón no está en ello.
Es como aplaudir con una mano; es una frustración silenciosa.
La sumisión o condescendencia, por virtuosa que sea, no puede sustituir al ajuste. El ajuste se obtiene cuando las dos partes ven la distancia o zanja (porque en verdad se han comunicado), los dos ven la razón de la zanja, am­bos desean que ésta disminuya y los dos deliberada y gus­tosamente principian a acercarse el uno al otro. Así que los elementos de ajuste son dobles: racional (viendo la necesi­dad de un ajuste) y afectivo (queriendo ajustarse).
Lo siguiente describe la naturaleza de la falta de co­municación en el matrimonio. Imaginemos a una pareja en un gimnasio, en una noche obscura, con todas las luces apagadas, cada uno con calcetines o medias y con una mordaza en su boca. Seguramente, estas personas podrían pasarse toda la noche procurando encontrarse, y fracasan­do completamente en su intento. O si se "encuentran", bien podría resultar en una dolorosa colisión. Algunos ma­trimonios operan sobre esta base. Los resultados son la frustración y la angustia.
Continuando con la ilustración, la comunicación "en­ciende la luz", revelando el lugar exacto de cada uno, re­velando así la dirección que cada uno debe tomar para encontrarse. Una comunicación saludable no sólo revela la dirección que cada uno debe tomar, sino que también determina una distancia razonable que cada uno debe viajar para reunirse. La expresión, "el matrimonio es una pro­posición en que dos personas tienen, cada una, el cincuen­ta por ciento", suena bien en teoría pero en su operación es defectuosa. Algunas veces el matrimonio será un 100 a 0, o 90 a 10, o 20 a 80, o 40 a 60. Las personas que gozan una relación de confianza no tienen necesidad de reunir o superar estadísticas de direcciones, y distancias.
Las necesidades emotivas duales de amar y ser amado son como el acto de inhalar y exhalar. Así como la vida física no puede sostenerse a base de inhalar solamente o exhalar, la vida emocional no puede sostenerse sólo con amar o ser amado. El proceso mutuo de enviar y recibir sensaciones positivas (amar y necesitar ser amado) forma personas fuertes y matrimonios sólidos. La cantidad de palabras no es un factor importante de la comunicación; lo que vale es la naturaleza y la calidad de la revelación de uno mismo.
Los problemas de comunicación pueden tomar varias formas: (1) Comunicación defectuosa, (2) comunicación negativa, (3) comunicación engañosa, (4) comunicación en un solo nivel, y (5) falta de comunicación (silencio).
1. La comunicación defectuosa quizá resulte, ya sea por hablar sin claridad, u oír sin claridad. Algunas veces es el resultado de ambos. Un consultante le dijo a su con­sejero: "Mi esposa y yo no podemos comunicarnos. Nos enviamos mensajes pero no son oídos con exactitud". El estaba en lo correcto a medias pues ninguno estaba ha­blando exactamente. Este problema de comunicación dual obró una crisis en su matrimonio, y los llevó con un consejero. Otra pareja, cuyo problema superficial era financiero, por la apuración de tener que pagar $160 en pagos mensua­les de casa con un salario de sólo $360, sufrió una crisis por una comunicación inexacta. Ninguno había querido com­prar la casa, pero ambos habían pensado que el otro la quería. Las ilustraciones sobre esta clase de problema de comunicación son interminables.
2. Una forma seria del problema de comunicación es la comunicación negativa. Esto quiere decir que el hablar tiene como objeto destruir o lastimar a la otra persona.
Algunas veces las palabras se usan como cinceles para qui­tar algo de la personalidad de otra. El ser lastimado trae el deseo de vengarse. Por lo tanto se convierte en una pauta que tiene en sí las semillas de su propio fracaso. Este estilo de comunicación es en extremo difícil de cambiar y en muchos casos traerá la relación a un grado de crisis del cual quizás nunca se recupere. Generalmente, un cambio en este estilo de comunicación incluye un cambio de moti­vación, una hazaña que es muy difícil de llevar a cabo, aún bajo la dirección de un consejero hábil.
3. La comunicación engañosa es un intento delibera­do de esconder los verdaderos sentimientos con mentiras, por ejemplo: hablando de amor, cuando no hay amor. Las personas que practican esta forma de comunicación pue­den hacerlo por varias razones, tales como: (1) Miedo de lastimar al otro; (2) miedo de enfrentarse a los problemas que resultan por la franqueza; y, (3) deseo de mantener el matrimonio intacto a la vez que se participa en una rela­ción ilícita. No todas las comunicaciones revelan; algunas ocultan. Esta forma de problema de comunicación es uno de los más serios porque le da al cónyuge datos incorrectos con los cuales trabajar. Cuando se revela la verdad, causa mucho daño porque la confianza, que es el cemento de una relación, se desintegra y el matrimonio se destruye.
4. La comunicación de un solo nivel trata sólo con asuntos superficiales de naturaleza impersonal. Este es el tipo de comunicación que está presente en muchos, si no en casi todos los matrimonios. Las parejas quizá platiquen pero su plática nunca revela cómo se sienten en verdad, particularmente el uno con el otro. Un consejero le dijo a dos cónyuges cuando se retiraban de la oficina: "Un día de estos quizá lleguen a conocerse". Cuando regresaron una semana después, la esposa dijo: "He pensado toda la sema­na acerca de lo que usted nos dijo cuando estábamos sa­liendo. Me doy cuenta de que en verdad usted tenía razón—nosotros todavía no nos conocemos uno al otro". Sus diez años de matrimonio se habían caracterizado por mu­cha plática, que nada decía. Su comunicación de un solo nivel se había centralizado en lo externo e impersonal. El nivel más profundo de comunicación trata con asuntos de naturaleza personal e interna. A través de esta última uno se demuestra, se descubre uno mismo al otro, al revelar sus sentimientos. El pastor necesita enseñar a sus consul­tantes cómo participar en un nivel más profundo de comu­nicación.
5. La falta de comunicación o incomunicación (silen­cio) es una forma de comunicación que bien puede ser pa­siva o agresiva. El silencio de incomunicación puede "de­cir" muchas cosas tales como: (1) "Yo no puedo hablarte"; (2) "tengo miedo de hablarte"; o (3) "no quiero hablarte". Estas no son comunicaciones saludables. Las parejas que no se hablan están viviendo juntas como en una celda de incomunicados. Viven juntos y separados. Quizás vivan bajo el mismo techo, duerman en la misma cama, y coman a la misma mesa, pero esto es solamente un compañerismo geográfico. Y conforme las capas del silencio se acumulan más y más altas, las parejas se conocen menos y se quieren menos. En la pared de la oficina de cierto consejero hay un anuncio que dice: "Las Personas se sienten solas porque hacen paredes en lugar de puentes".
El mejor servicio que un pastor puede rendir a perso­nas en conflicto marital es ayudarlas en el proceso de una comunicación adecuada. Necesitará enseñarles el calor de la franqueza y ayudarlos a experimentar algunas de las recompensas de la franqueza. Hay una clase de franqueza sin limitaciones que no es deseable; aun la franqueza nece­sita direcciones. Estas direcciones son: (1) Propósito (el objeto de franqueza en una situación dada); (2) modo (el método que se ha de usar para obtenerse el propósito); y (3) el tiempo oportuno (el tiempo apropiado para usar la franqueza respecto al asunto). Cuando la franqueza se gobierna por estos tres criterios resultará en una relación más y más satisfactoria.
METODO DE PROCEDIMIENTO
Cuando ambos cónyuges en un matrimonio desean buscar aconsejamiento, el pastor tiene varios caminos que puede escoger en cuanto al procedimiento: (1) Puede ver a los dos juntos; (2) puede verlos individualmente; o (3) también puede verlos usando una combinación de ambos. Hay algunas situaciones que hacen necesario que las entre­vistas sean separadas, pero hay mucho de ventaja en el uso del método de comunicación. Un caso típico de aconsejamiento matrimonial incluyendo digamos, seis sesiones para cada uno, puede ser como sigue: en la primera y la última sesión el pastor verá a los dos cónyuges juntos; en las sesiones dos hasta la quinta debe verlos separados. Este método le ayuda a ver (en la primera sesión) cómo ha afectado la crisis a cada uno, cómo se relacionan y reaccio­nan el uno al otro, quién es más dominante y quién es más pasivo, quién puede comunicarse mejor y quién puede oír mejor.
Al ver a los cónyuges por separado, el pastor reúne nuevos datos que analiza a la luz de la primera reunión en que los vio juntos. A medida que el aconsejamiento conti­núa, el pastor se vuelve más activo en el proceso, dando información, compartiendo intuiciones, ofreciendo suge­rencias y evaluando el progreso de cada uno.
Cuando se ve a los dos cónyuges juntos en la última reunión, el pastor ya puede juzgar el adelanto que han he­cho y también notar las áreas débiles que necesitan todavía su atención. Reforzará las ganancias y ofrecerá direc­ción en las áreas que necesitan ser fortalecidas. Viéndolos juntos en la última reunión le da también la oportunidad de ver cómo se están relacionando y comunicando entre sí.
El proceso de aconsejamiento marital se vuelve muy complicado si el pastor sólo puede ver a un cónyuge. (Algu­nas veces uno de los dos rehúsa buscar consejo). En tal situación, el pastor no ve todo el cuadro del problema marital porque está viendo solamente un lado de él. El nece­sita darse cuenta de que el cónyuge que busca aconsejamiento, inconscientemente si no es forma consciente, presenta un punto de vista deforme de lo que sucede en su matrimonio. El pastor debe también aclarar al cónyuge consultante, debido a esta circunstancia, que él debe hacer lo mejor de su parte para efectuar un cambio.
Algunas veces un compañero recalcitrante cambiará de opinión respecto a recibir aconsejamiento, si ve que su compañero es sincero en hacer que su matrimonio mejore. Esto es especialmente cierto cuando ve que suceden algu­nos cambios de actitud y conducta en su esposo o esposa. Algunas veces, un cónyuge que no quiere recibir consejo puede ser animado por su pastor para buscarlo. Quizás una visita personal o una llamada por teléfono sea todo lo que él necesita para ayudarle a ver su necesidad de tal ayuda. Si el pastor se presenta ante la persona como un amigo interesado y no como una persona de autoridad, estará en mejor condición de recibir la cooperación que busca. Sin embargo, el pastor debe tratar el caso de tal manera que el cónyuge encuentre fácil aceptar o rechazar el ofrecimiento de sus servicios.
CONCLUSION
Algunos problemas maritales son como un apéndice inflamado, capaz de matar, pero relativamente sencillo para operar. Habrá otros problemas de tanta profundidad y tan severos que el pastor no podrá tratarlos. Esto quiere decir que necesitará recomendarlos a un consejero profesional, un psicólogo, o un psiquiatra. El pastor necesita reconocer esta ayuda y no sentirse fracasado por su incapa­cidad para ayudar a ciertas personas. Y si esto le da algún consuelo, debe darse cuenta de que algunos problemas maritales, están aún más allá de la técnica de los mejores profesionistas. Por tanto, aunque quizá se sienta triste de que no pudo ayudar en algún caso, no debe avergonzarse por esta incapacidad. Estos fracasos deben de animarle a continuar estudiando acerca del consejo, para que sus conocimientos se amplíen y su destreza aumente

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