Tema Principal: La soberanía de Dios sobre los
asuntos de los hombres en todas las épocas. Las confesiones del rey pagano de
hecho constituyen los versículos clave de este libro.
2:47 "El rey habló a Daniel, y
dijo: —Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, Señor de los reyes y el
que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio."
4:37 "»Ahora yo, Nabucodonosor,
alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son
verdaderas y sus caminos justos y él puede humillar a los que andan con soberbia»".
6:26 "De parte mía es
promulgada esta ordenanza: "Que en todo el dominio de mi reino, todos
teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel.
»Porque él es el Dios viviente
y permanece por todos los siglos,
su reino no será jamás destruido
y su dominio perdurará hasta el fin."
Ubicación del libro de Daniel en la Biblia
La traducción griega del AT conocida como Septuaginta
o Versión de los
Setenta coloca el libro de Daniel entre los "profetas
mayores", a continuación de Ezequiel.
En cambio, la Biblia hebrea lo incluye entre los Escritos (ketubim),
en el grupo de textos que constituyen la parte tercera del canon. Esta
colocación es muy significativa dadas las importantes características que
diferencian a Daniel del resto de los Profetas (nebiim) y
permiten considerarlo con toda propiedad como un libro perteneciente a la
llamada "literatura apocalíptica". (Véase Introducción al
Apocalipsis.)
El mensaje de Daniel
Este género apocalíptico se distingue tanto por
sus rasgos formales como de contenido. Los mensajes se presentan revestidos de
un rico ropaje simbólico y son comunicados en forma de visión al autor
literario, al vidente. Este recibe a veces, a causa de la visión, un fuerte
impacto emocional (cf. 7.28; 10.8, 17) que puede llevarlo hasta el
desvanecimiento o a sufrir alguna clase de trastorno o dolencia física de
importancia (8.27; 10.9; cf. Ap 1.17). Así Daniel, que ve a «uno con semejanza
de hijo de hombre», le dice: «... con la visión me han sobrevenido dolores y no
me queda fuerza. ¿Cómo, pues, podrá el siervo de mi señor hablar con mi señor?
Porque al instante me faltaron las fuerzas y no me quedó aliento» (10.17).
En términos generales, los mensajes
apocalípticos hacen referencia a la historia humana como si se tratara de un
drama resuelto en dos actos. El primero de ellos se desarrolla en el momento
actual y en el mundo presente; el segundo, dado en una perspectiva
escatológica, revela lo que habrá de acontecer al final de todos los tiempos.
De esta manera se expresa el libro de Daniel.
En la etapa actual, momentánea y pasajera, el pueblo de Dios se encuentra
sujeto a imperios humanos injustos, autores de normas opuestas a la voluntad de
Dios; a gobiernos que por conseguir sus propios objetivos pueden perseguir,
torturar y hasta llevar a la muerte a los creyentes que confiesan abiertamente
su fe (cf. 7.25). Pero vendrá el día en que este mundo pase y en el que
repentinamente se manifieste el reino de Dios. Ese día, «muchos de los que
duermen en el polvo de la tierra serán despertados» (12.2) y dejarán de existir
los imperios terrenales, para que, en su lugar, «el reino, el dominio y la
majestad de los reinos debajo de todo el cielo sean dados al pueblo de los
santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno» (7.27; cf. Is 26.19; Ez
37.1–14).
El libro
Las dos partes de que consta el libro de Daniel
(=Dn) están formadas, la una por los caps. 1–6, y la otra por los caps. 7–12.
La primera parte es esencialmente narrativa y tiene un propósito didáctico,
orientado a demostrar que la sabiduría y el poder de Dios están infinitamente
por encima de toda posibilidad y comprensión humanas. El protagonista de los
relatos es Daniel, uno de los jóvenes judíos llevados a Babilonia en
cumplimiento de las órdenes expresamente dictadas por el rey Nabucodonosor
acerca de «los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes» (1.3). Una
vez en Babilonia, Daniel y tres compañeros suyos, Ananías, Misael y Azarías
(respectivamente llamados por Nabucodonosor: Beltsasar, Sadrac, Mesac y
Abed-nego), son educados de manera especial, con miras a una futura prestación
de servicios en la corte del rey (1.4–7). Daniel aprende el idioma y la
literatura del imperio neobabilónico (esto significa aquí el término
"caldeos"), y muy pronto se destaca por su sabiduría extraordinaria
(1.20) y por la firmeza de sus convicciones. Él y sus amigos, fieles al Dios de
Israel, se niegan a aceptar trato alguno de favor que los lleve a quebrantar la
menor de las prescripciones rituales del judaísmo, en particular las relativas
a la alimentación; y la recompensa que reciben del Señor es un mejor aspecto
que el «de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey»
(1.8–16). Esta estricta fidelidad a sus principios religiosos los lleva, sin
embargo, a afrontar riesgos de muerte, de los cuales son librados por la mano
del Señor. En cuanto a la sabiduría de Daniel, se pone de relieve cuando, ante
el fracaso de los «magos, astrólogos, encantadores y caldeos» del reino (2.2,
10), Dios le da que descubra e interprete los sueños de Nabucodonosor (caps. 2
y 4), y también que en presencia de otro rey, Belsasar, descifre el escrito
trazado en la pared por una mano misteriosa (cap. 5).
La segunda parte (caps. 7–12) contiene una
serie de visiones simbólicas que vienen a ampliar y desarrollar ciertas
nociones esbozadas ya en la primera sección; pero ahora el lenguaje de la
exposición es decididamente apocalíptico.
La primera visión, de cuatro seres monstruosos
que suben del mar, es como una síntesis de los futuros acontecimientos. Se
trata de «cuatro bestias grandes, diferentes la una de la otra» (7.3),
representativas de los grandes imperios que sucesivamente dominan el mundo, que
devoran y arrasan la tierra (7.23), pero a las que el Señor, a la postre,
dejará sin poder y destruirá por completo (7.26). Consecuencia de esta
intervención divina será el cambio radical de situación del mundo presente y de
la condición humana: a partir de ese instante, nada podrá ya oponerse a la
soberanía universal y definitiva de Dios. Pues si en nuestro mundo de hoy la
maldad y la injusticia se muestran a menudo victoriosas, en el día señalado y
en el momento preciso Dios se revelará como Señor de la historia y soberano del
reino eterno. Entonces, todo el orbe reconocerá su voluntad, y lo corruptible
se vestirá de incorrupción (cf. 1 Co 15.53), «y los que enseñan la justicia a
la multitud» resplandecerán para siempre como las estrellas (12.3).
Es evidente que el libro de Daniel fue
redactado con el fin inmediato de alentar al pueblo en medio de todas las
desdichas y persecuciones sufridas. No obstante, de acuerdo con el sentido
general de la literatura apocalíptica, puede afirmarse que el mensaje de
esperanza contenido en el libro, y asimismo las enseñanzas que se desprenden de
él, son totalmente aplicables a cualquier momento y a cualesquiera
circunstancias en que se encuentre el pueblo de Dios.
Composición del libro
Hasta el momento actual no se ha podido
establecer con certeza la fecha de composición de este libro. Las opiniones de
los expertos están divididas a este respecto: mientras que unos lo datan en los
años del exilio babilónico, otros lo atribuyen a una época bastante posterior.
Las repetidas alusiones a la profanación del
templo de Jerusalén (9.27; 11.30–35) pueden relacionarse con la persecución
promovida por Antíoco IV Epífanes.
Esquema del contenido:
1. Primera parte: narrativa (1.1–6.28)
2. Segunda parte: visiones apocalípticas
(7.1–12.13)
Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados
Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.
La Biblia de Referencia Thompson,
Versión Reina-Valera 1960, Referencia Temática # 4234.
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