lunes, 9 de julio de 2012

CONSEJERIA Y TEOLOGIA (DEPRESION PARTE 5)

“El pastor consejero necesita hacer un estudio com­pleto de teología, para que pueda trabajar dentro de un marco bíblicamente acertado. Su teología tiene que estar completamente apoyada por la Palabra de Dios. Si su teo­logía se deriva de la literatura secular de aconsejamiento, tendrá un conocimiento incompleto, si no inválido de la teología. Aun si limita su lectura a la literatura de aconsejamiento, el pastor adquirirá una teología inadecuada por­que la literatura del consejo pastoral, desafortunadamen­te, ha sido influenciada más por la psicología que por la teología bíblica. Una cuidadosa lectura de la literatura existente revelará que solamente ha sido rociada con pala­bras sagradas sobre una estructura puramente secular.

Una de las áreas en las que la teología bíblica tiene algo que decirle al pastor consejero es la naturaleza del hombre. Este es uno de los campos más cruciales en el arte de aconsejar. Al estudiar la literatura de consejo y psicoterapia, uno descubre que hay una gran divergencia en las teorías de la naturaleza del hombre. Los rogerianos creen que el hombre es sin pecado; los freudianos afirman que el hombre carece de bien, y los behavioristas (o comporta­mentistas) sugieren que el hombre carece de voluntad. Pero el punto de vista bíblico del hombre, salvará al conse­jero del optimismo de los rogerianos, del pesimismo de los freudianos y del neutralismo de los comportamentistas.

Otro campo crucial de la teología bíblica tiene que ver con el pastor consejero en relación a la existencia, natura­eza y actividad de Dios. Si uno limita su lectura a libros de aconsejamiento y psicoterapia, encontrará que en ellos frecuentemente se niega a Dios. Algunas veces se le tolera pero usualmente se le hace a un lado. Por supuesto, el pastor consejero no puede aceptar ninguna de estas perspectivas, porque sabe que el Dios de la Biblia está activo tanto en la historia como en la experiencia humana. Un conoci­miento de la teología bíblica relacionada tanto al hombre como a Dios permitirá al consejero cristiano saber qué es el hombre y que Dios trata con el hombre dónde él está y cómo él es.”[1]



EL VALOR DE LAS PERSONAS

Hay un concepto básico en las enseñanzas de Jesús que tiene una gran relación en el consejo pastoral: el valor de las personas. Este concepto afecta mucho lo que Jesús dijo e hizo. Jesús afirmó que el hombre era de más valor que todo el mundo. Oxnam dijo:

Jesús creía que la personalidad era de un valor supremo. Puso al hombre sobre las cosas. La cuestión sobre el bien y el mal se decidió al referirla a su estimación del valor de la per­sona. Enriquecer la personalidad es hacer el bien. Destruirla es hacer el mal. El hombre tiene un valor infinito.1

Luego asegura que “el hombre y no las cosas, son la meta de la vida social”.2 Jesús, en sus enseñanzas revela la gran importancia que le da al individuo. El no estaba inte­resado primordialmente en las razas, nacionalidades, gru­pos selectos, o familias aisladas como fin en sí mismas. Su interés yacía en los individuos que formaban estas relacio­nes. Brooks dice que para Jesús, “la unidad final es el hombre y esa unidad de valor nunca salió del alma de Je­sús. Quitarle a la cristiandad la importancia de las perso­nas sería privarla de su mismo hálito viviente”.3 Este con­cepto de la personalidad cautivó tanto el pensamiento de Jesús que hizo de ello el fin de la acción humana. La regla de oro refleja este principio con claridad: “Y como queréis que os hagan los hombres, así hacedles también vosotros” (Lucas 6:31). Así pues, Oxnam nos dice, “Jesús hace al hombre la meta de la vida social”.4 Jesús consideró las cosas ligeramente pero a las personas en alto grado. El hombre no era cosa para usarse sino una persona para ser respetada. Scott dice, “Para Jesús el hombre tenía valor a la vista de Dios no solamente como unidad social sino como persona humana.”5

Quizás esta parábola de Jesús refleje mejor que nada su concepto personal de valor del hombre:

Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hom­bre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se per­dió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozosos; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y ve­cinos, diciéndoles: Gozaos conmigo porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento (Lucas 15:3-7).

Jesús dedicó su vida a la labor de buscar la oveja per­dida. La oveja perdida era tan valiosa que era digna de que El viviera buscándola y de que muriera por ella.

Jesús estaba firmemente convencido de que el individuo era más importante que el grupo. Scott dice, “Jesús no piensa en términos de masas sino en términos del indivi­duo.”6 Bogardus expresa un pensamiento similar cuando dice, “Trató con personalidades antes que con institucio­nes. Miró al individuo antes que a las masas.”7 No sola­mente fue el valor de las personas el concepto que Cristo enseñó; fue un principio que El ordenó a sus discípulos que siguieran. El ideal de las enseñanzas de Cristo era que uno había de volverse desinteresado en sus perspectivas, que la acción de uno fuera de una benevolencia natural a los indi­viduos, sin consideración de nivel social. Lo siguiente ex­presa este punto:

¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vi­nimos a ti? Y respondiendo el Rey, le dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pe­queños, a mí lo hicisteis (Mateo 25:38-40).

La historia de Zaqueo el publicano es una buena ilus­tración del interés de Jesús en las personas. Los publicanos eran aborrecidos por todos. El peor nombre que se le podía dar a un individuo era “publicano”. Jesús notó el valor de Zaqueo, sin importarle lo que otros pensaran y se propuso ir a su casa y cenar con él. Lo hizo a expensas de su presti­gio. El vio una persona que necesitaba el impacto de su vida. La respuesta de Cristo a la tan amistosa recepción de Zaqueo fue, “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que había perdido” (Lucas 19:10).

Consideremos a los leprosos. Eran desterrados de la sociedad por su enfermedad. No teniendo la ventaja de nuestros leprosarios, los leprosos de los tiempos bíblicos tenían que separarse a sí mismos del resto de la sociedad, gritando, “inmundo” para que los demás no se contamina­ran. Cristo no los rechazó porque estaban en esa condición. Los recibió y los curó. Reconoció su valor.

Uno de los primeros discípulos de Jesús fue Mateo, recaudador de rentas. Como los recaudadores de renta tra­bajaban con los romanos a base de comisión, podrían ha­cerse una fortuna con sobre-evaluar y añadir el impuesto a la propiedad. Y era por esto que los colectores de impuestos eran odiados por la gente. Jesús, pasando por la oficina de impuestos, vio en Mateo lo que otros no vieron: —un hom­bre—y lo hizo uno de sus discípulos.

O veamos al joven rico. Este joven poseía muchas cua­lidades. Era honrado, sincero, y había ganado un gran prestigio. Cristo inmediatamente se impresionó de él. Marcos escribe que cuando se encontraron, “Jesús mirán­dole, amóle” (Marcos 10:21). Este amor de Cristo para el joven no fue por ser quién era sino por lo que era, —un hombre.

El amor era la llave. Toda la vida de Jesús estuvo saturada con amor. El demostró ese amor en su vida y en su muerte. Durante su vida dijo: “Amad a vuestros enemi­gos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). Desde la cruz, vio hacia los que le habían crucificado y dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

¿Qué le dice todo esto al pastor consejero? Le dice que el pastor debe darle un gran valor a las personalidades, como Jesús lo hizo; que el individuo viene a ser su motiva­ción y la esfera de todo su trabajo pastoral.



Aconsejar Función del Ministerio

LA NATURALEZA DEL MINISTERIO PASTORAL

“El ministro es llamado a servir a una generación que no solamente está amenazada por los problemas que todo hombre ha confrontado, sino también por una multitud de problemas que plagan la generación presente. Entre ellos están: (1) la amenaza del hambre para millones por causa de la explosión humana; (2) el peligro de aniquilación bajo la guerra nuclear; (3) las amenazas de rebelión por los jóve­nes cuya adolescencia se complica por la incertidumbre de la sociedad entre la libertad excesiva o la autoridad y por ende escoge ambas; (4) el problema de su opulencia resul­tando en un materialismo que hace que los hombres sean politeístas prácticos que hacen ídolos de las cosas; (5) la tragedia de la rápida disolución del hogar; (6) el problema de la explosión educativa que ha dado por resultado que algunos sean educados más allá de su sabiduría; y (7) el problema de un secularismo que hace a Dios a un lado y a la iglesia anticuada e innecesaria.

Así es el mundo al que ha sido llamado el pastor. A esta clase de edad tiene que servir significativamente. El ministerio pastoral puede entenderse mejor si se le basa en una trinidad de premisas: (1) Es de Dios; (2) es por el Espíritu Santo; y (3) es para la gente.

1. Es de Dios

Ningún estudiante serio de la Biblia puede poner en tela de duda que el ministerio es de Dios. Esto se afirma tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento. El pas­tor nunca debe alejarse de la profunda verdad de que ha sido llamado por Dios para hacer la obra de Dios del modo que Dios quiera. Una visión clara del punto de vista bíblico de su llamado y de la misión de la iglesia será, como Jowett dice, “nuestra salvación de volvernos oficiales pequeños en empresas transitorias. Nos hará en verdad gran­des, y por tanto, nos evitará pasar nuestro tiempo en ni­miedades.” Esto también le permitirá dedicarse a activi­dades cuyo propósito es el cumplimiento de la misión de Cristo para la iglesia. ¡Qué tanta “administración trivial” pastoral se eliminaría si los pastores conservaran una pers­pectiva clara de que su obra es de Dios, y de que esta obra debe siempre guiarse por los objetivos que Dios ha dado para su iglesia!

La Biblia no es muda acerca del carácter del ministro ni acerca de la naturaleza de su ministerio. Las siguientes citas demuestran esta perspectiva bíblica:

Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo (I Timoteo 3:2-7).

Y Apóstol Pedro:

Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidan­do de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pas­tores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria (I Pedro 5:2-4).

Una pequeña estaba dibujando con sus crayolas. Su madre le preguntó qué estaba dibujando. “A Dios” respondió ella. Su madre contestó, “Pero hija, nadie sabe cómo es El”. “Ya lo conocerán cuando yo termine”, dijo ella. Cuando el pastor ha terminado su ministerio en una iglesia dada, sus feligreses han de conocer cómo es Dios porque han visto su retrato en el trabajo del pastor. Si su ministerio es de Dios, representará a Dios.

El hombre que está firmemente convencido de que su ministerio es de Dios estará por encima de la lucha por prestigio que capta la atención de muchos pastores contemporáneos. Mucho se ha escrito recientemente sobre la “crisis de identidad” que confrontan los ministros. Se da por sentado que socialmente, el ministro sufre por la falta de una adecuada definición de su actuación. Ningún pas­tor, por más listo que sea, escapa las implicaciones de la multiplicidad de expectaciones de su actuación impuesta sobre él por una sociedad que no está segura de lo que debe ser el trabajo de un ministro.

Recientemente una agencia de evaluación pedagógica envió un cuestionario a mil líderes laicos de varias denominaciones preguntándoles su concepto de “un ministro sobresaliente”. Los datos fueron turnados a un grupo de examinadores psicológicos y se les pidió que dijeran a quién estaban describiendo. Su respuesta fue, “Uno de los vicepresidentes de Sears y Roebuck.”

William E. Hulme dijo, “El ministro sufre de un sen­tido de inferioridad profesional. Ante sus propios ojos él ocupa el último lugar, él está al pie de la lista de las profesiones”. Y siendo así, muchos ministros anhelan ser reconocidos como doctores, licenciados, psiquiatras y psicólogos. De esta manera, reflejan la enorme tendencia de la cultura a formar clasificaciones y agrupar a la gente en ella. Hay que afirmar que si el ministro alguna vez gana un rango igual con otras profesiones, será un paso atrás para el ministerio. Quizás los ministros debieran estar al tanto de los resultados de un estudio comprehensivo hecho hace algunos años por una comisión federal sobre la salud mental. En respuesta a la pregunta: “¿A dónde acude usted a buscar ayuda con un problema personal?”, La gente contestó así: el 42 por ciento fueron con su clérigo; el 29 por ciento con su doctor; el 18 por ciento con psiquiatras o psicólogos; el 13 por ciento acudió a agencias de trabajo social; el 6 por ciento con licenciados; el 3 por ciento con sus consejeros matrimoniales, y uno por ciento acudió a maestros, enfermeras, policías y jueces.

El estudio reveló además que los resultados fueron tan favorables, si no más, quizás, para la persona que consultó a un clérigo, que para los que buscaron los servicios de otros profesionistas. El ministro debe darse cuenta de que en la opinión de muchos, él ya posee el prestigio que con toda el alma desea. Quizás él deba dar su atención a las cosas que en verdad importan. Si el ministro está deseoso de una clasificación ¿qué tiene de malo la de “siervo de Dios”? ¿Qué más puede uno desear?”[2]

2. Es por el Espíritu Santo

Esto no significa que es el ministerio del Espíritu aparte del ministro; sino más bien a través del ministro. La Iglesia Primitiva consideró de sumo valor el ministerio de personas llenas del Espíritu, aún para personas escogidas para ministrar en puestos subordidanos. En los Hechos de los Apóstoles se recalcó que los diáconos tenían que ser hombres “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 6:3). El Espíritu Santo llamó literalmente a Bernabé y a Saulo diciendo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2). La historia nos informa que fueron “enviados por el Espíritu Santo” (Hechos 13:4).

Sanders dice, “Hombres llenos del Espíritu Santo pueden ejercer sólo el liderato espiritual. Otras cualidades son de desearse. Esta es indispensable.”5 Asegura también que “la espiritualidad no es fácil de definir, pero su presen­cia o ausencia fácilmente puede ser discernida.”6

Un ministerio sin el Espíritu es como un guante sin mano; tiene la forma, pero no la sustancia. El pastor que hace el intento de ministrar significativamente a personas que están luchando con las realidades ásperas de la sociedad contemporánea, muy pronto llegará a la bancarrota de sus propios recursos humanos. El pastor debe confrontar que tiene que depender intensamente en los medios del Espíritu Santo si quiere seguir pastoreando con un sen­tido de suficiencia.

El pastor puede ver los rostros de sus feligreses en cualquier día del Señor, y ver problemas reflejados en ellos, cuyo número es excedido sólo por su profundidad. En una congregación de cualquier tamaño, se puede encontrar personas azotadas por hondos complejos de culpa; per­sonas cuyas vidas no tienen sentido; jóvenes que han sido atrapados en las tormentas y preocupaciones de la adolescencia; ancianos que se enfrentan a la cercanía de su propia muerte; los temerosos, los abandonados, los que buscan amor. El tiene que servir a todos estos, los desheredados, el desengañado, y el desmayado. ¡Qué labor tan grande tiene el pastor y cómo necesita el poder del Espíritu Santo en su vida!

Hace algunos años el que esto escribe fue confrontado con una pregunta de la que no ha podido escapar. La incluyo aquí con la esperanza de que trastorne a otros como lo trastornó a él. El Dr. Carl Bates preguntó: “¿Qué está usted haciendo que no logrará hacer a menos que el poder de Dios descienda sobre su ministerio?”7

3. Es para la Gente

Un ministro le dijo una vez a su psiquiatra, “Mi vida se caracteriza por una multitud de contactos y una pobreza de relaciones”. ¡Cuánta verdad hay en esto para muchos ministros! Los contactos automáticamente existen por la naturaleza misma del ministerio, pero las relaciones que resultan de estos contactos son enteramente la creación del ministro. La profundidad del ministerio de un hombre se mide por las profundidades de sus relaciones interpersonales con su congregación. De estas relaciones se originan tanto la agonía como la pasión del pastor, sólo que hay más pasión que agonía.

Uno de los errores más trágicos que un pastor puede hacer es el de no reconocer el valor de las personas. Es el día más oscuro en la vida del pastor cuando mira a una persona, y ve una “cosa”. Las cosas pueden usarse, pero las personas son para ser amadas. ¡Cuán sutil es la tentación del pastor de dominar a su pueblo en vez de servirlo! Séneca dijo, “Dondequiera que hay un ser humano, allí hay una oportunidad de ser amable”. Un proverbio japonés dice, “Una palabra cariñosa puede dar calor a tres meses de invierno”. El éxito de un pastor se determina, no por el número de congregantes que tiene, sino por el núme­ro de personas a quienes sirve.

Muchos ministros tienen un “complejo de edificios” que hace poner los templos como lo principal en su ministerio. ¡Qué preocupados están muchos pastores de que sus edificios sean suficientemente amplios para contener a sus oyentes! De mayor interés debería ser la pregunta; ¿tengo lugar para todos ellos en mi corazón?

Si uno quiere servir a la gente, ha de principiar entendiéndolos. Lindgren dijo, “Mientras más profundo sea su entendimiento de las personas y más cercana su relación pastoral con ellos, más éxito logrará en hablarles signi­ficativamente”. Clinebell aseguró: “La única relación que en verdad es importante, es la relación a las necesidades profundas de las personas”. Una mujer le dijo a su aconsejador, “Cada persona es alguien buscando ayuda”. El pastor tiene que responder a este clamor, y el no responder es tanto como negar que esas personas necesitadas son per­sonas.

Jesús sentó el patrón en la parábola del buen samari­tano. ¿No es acaso extraño que de las tres personas que vieron el hombre herido—el sacerdote, el levita y el samaritano—fuese este último, el que no era clérigo, el único que hizo algo por él? Es triste que el sacerdote y el levita estuvieran tan ocupados con su ministerio, (o lo que fuera) como para servir. Se ha dicho que “pretendemos amar a todos, y al generalizar nuestro amor para todos, dejamos de captar la relación de tú y yo. En vez de la intensidad de una relación que hace algo por alguien, hemos aceptado el pobre substituto de darnos la mano con alegría y de hacernos amigos e influir en la gente.”

En su evangelio, San Marcos afirma que quien quiera una posición prominente tiene que ser el esclavo de todos, y recalca el argumento recordándonos que nuestro Señor “no vino para ser servido, sino para servir” (Marcos 10:45).

En conclusión, debemos reafirmar que el ministerio pastoral descansa sobre esta trinidad de premisas: (1) Es de Dios; (2) por el Espíritu Santo; (3) Es para su pueblo. Dejemos afuera el “de Dios” y el ministerio se convertirá en una decisión vocacional en lugar de un llamamiento. Quitemos el “por el Espíritu” y el ministerio será una ac­tuación humanitaria. Quitemos el “para el pueblo” y el ministerio se convertirá en una manipulación, no en una mediación.





















ACONSEJANDO Y PREDICANDO

“Generalmente hablando, el predicador puede hacer tres cosas relacionadas con el consejo: (1) puede cerrar la puerta; (2) puede abrirle la puerta a esta actividad; y (3) puede reducir la necesidad para aconsejar.

Hay dos factores que determinan si la predicación abre o cierra la puerta al aconsejamiento: (1) la actitud del pastor, y (2) el contenido de su predicación. La actitud del pastor que se proyecta en su predicación determina en gran parte la cantidad de consejo que él dará. Si en su predicación su actitud es dura, fría, y propensa a criticar, sus oyentes inmediatamente sentirán que él no es la clase de persona a quien ellos pueden comunicarle los aspectos más íntimos de sus vidas. (Por supuesto, la actitud del pastor se revela en sus relaciones, además de la predica­ción, pero en ninguna más claramente que en ésta). Si por el otro lado, su predicación revela simpatía, ternura y en­tendimiento, sus feligreses sentirán que pueden hablarle sobre cualquier clase de problema, sabiendo que él los aceptará. Lamentablemente, algunos pastores comparan la amabilidad con la debilidad y sienten que esta actitud es una negación de las demandas del evangelio. Sin embar­go, un examen de la predicación de Jesús desvanecerá esta creencia porque el Nuevo Testamento claramente deja ver que la verdad más cortante es el amor.

El contenido de la predicación tiene la tendencia de determinar la cantidad de consejo que dará el pastor a su feligrés. Si la predicación es severa y crítica (sobre la ley) alejará a los feligreses del pastor; si es compasiva (llena de gracia) los unirá a él. Jackson dice:

Cuando sus palabras desde el púlpito son evidentemente el esfuerzo de un pastor que está consciente de las personas, para mediar el amor saludable de Dios, él abrirá las puertas del corazón de las gentes, a la vez que las puertas del cuarto de consulta. Porque la predicación efectiva siempre será una invitación a ir más allá en la exploración de las necesidades personales.

La predicación puede eliminar la necesidad de muchas situaciones de consejo, al ministrar propiamente a las necesidades personales con los recursos del amor y la gracia de Dios. La mejor clase de predicación demuestra como la zafia entre la debilidad de la humanidad y las normas de la Deidad pueden salvarse por el puente de la gracia. Así que la predicación es tanto una confrontación como una mediación que son dos elementos presentes en una relación consejera sana.

Esto no quiere decir que la predicación puede eliminar la necesidad de todo consejo. Sólo quiere decir que la clase de problemas que pueden ser resueltos por la predicación deben ser resueltos de ese modo.

EL PROCESO DEL CONSEJO PASTORAL

Si el ministro quiere ser de verdadero servicio a sus feligreses, necesita tener un conocimiento completo de las técnicas de consejo. Si él no está seguro de lo que es el proceso del consejo pastoral, esto irá en contra de las posibilidades de su éxito. Por eso tiene que estar bien versado en las técnicas de aconsejamiento, al grado que se sienta como en “su casa” en el proceso de consejo.

Hay tres factores que afectan la manera en que el mi­nistro aborda el aconsejamiento: (1) sus actitudes hacia las personas y sus problemas, (2) su interpretación religiosa del hombre, y (3) su concepto de sí mismo y su actuación como ministro. Estos factores determinan el curso y la calidad del proceso de aconsejamiento.

Si el ministro da por sentado que él vale más, que es más inteligente y que tiene más fuerza moral que sus feli­greses, quizás tome una actitud autoritaria al aconsejar. Tal vez se vea tentado a dar consejos en vez de lo que es propiamente el aconsejamiento. Quizá quiera manipular la entrevista haciendo preguntas directas, dando interpretaciones y ofreciendo soluciones y respuestas de cajón. Carroll Wise advierte, “El tendrá que confrontar la tentación a demostrar verbalmente su conocimiento superior y resolverla en sí mismo. La mayor razón para esta demos­tración (de ese conocimiento superior) es la satisfacción del ego que le da al consejero.” El pastor no debe ser agresivo, porque hay un daño muy considerable que se le puede hacer al feligrés al forzarlo, al interrogarlo y al confron­tarlo con más de lo que él puede soportar. Forzar al aconse­jado a que acepte ciertas interpretaciones puede crear un ataque y hostilidad.

Según Karl Stolz, “En su connotación más pura, aconsejar es… una forma de interacción creadora. Es más que un intercambio de opiniones.” Así que debe ser una empresa de cooperación en que haya más que sólo hablar; tendrá que ser una transmisión de experiencias en términos de lo que significan. “Lo importante no es lo que el consejero hace para el aconsejante; lo importante es lo que pasa entre los dos.” Esto es el corazón del verdadero consejo. May lo llama la llave al proceso de aconsejar.

La comunicación es más que la conversación. Las expresiones faciales, la postura de cuerpo, los gestos y otros tipos de conducta son también vías de comunicación. El ministro tendrá que saber qué es lo que le quieren decir aun los gestos silenciosos.

La labor del consejero no es la de interpretar, sino de ayudar al aconsejado a hacer sus propias interpretaciones. Esto quiere decir que el consejero tendrá que ser un experto en captar, en intuir, y debe estar dispuesto a dejar que el aconsejado desarrolle su propia intuición. Wise llama a la intuición “la meta del aconsejamiento”. A una persona con sentido de culpabilidad habrá que permitirle encontrar una completa liberación de ésta al comunicarse con su ministro, quien ha creado una atmósfera de aceptación y entendimiento. El pastor consejero tendrá que cui­darse para no dar una seguridad verbal a su aconsejado. Algunos psicólogos insisten en que estas experiencias de tranquilidad son realmente expresiones de las propias ansiedades del consejero. La seguridad “no se trasmite por el consejero, sino que es más bien el resultado de los dos (consejero y aconsejado) tratando juntos en un intento de encontrar un sentido más profundo de realidad positiva en las experiencias del aconsejado.” La tranquilidad viene como un resultado de compartir una experiencia entre el pastor y su feligrés.

El pastor debe evitar el imponer sus convicciones so­bre su aconsejado. Esto no es conveniente, porque hace que el consejero antes que el aconsejado sea el punto focal en la situación de aconsejamiento. Hiltner dice, “Es un error si (el aconsejamiento) se hace en forma de explotación o de coerción, porque tal acción hará a un lado la dignidad in­herente de la persona. Bonnell lo expresa de este modo: “Toda intimidad que se le da al consejero, éste ha de recibirla con espíritu de plena comprensión. No es su labor ser el juez de la gente.” Deberá desarrollar una actitud tal que nunca se sorprenda por lo que le digan en confianza. Bonnell ha dado algunos principios generales para el pas­tor consejero, que son dignos de consideración:

1. Pocas personas, ya sean feligreses o extraños, que vienen a hablar con el ministro, presentan al principio con franqueza y claridad la realidad del propósito de su visita.

2. Oiga con paciencia al feligrés que ha venido a hablar con usted.

3. No acepte el diagnóstico que el feligrés le exprese a usted de su propio problema.

4. Familiarícese con los problemas de sus feligreses, a fin de desarrollar una penetración de sus necesidades básicas.

5. Toda revelación que se le haga a usted en entrevista personal debe mantenerse inviolable.

La actitud del ministro hacia sus feligreses debe ser una actitud de respeto. A medida que ellos aprenden a confiar en él, él también debe confiar en ellos. Su actitud constante hacia ellos debe revelar que tiene fe en la humanidad y en el bien que reside en los seres humanos.

FUNCIONES DEL ACONSEJAMIENTO

1. Escuchar. El consejero debe dejar que la historia del aconsejado proceda con naturalidad, sin inyectar dominación o coerción alguna. Cuando el pastor intenta que el problema “nazca mediante una operación cesárea”, hay la posibilidad de lastimar al paciente. El nacimiento natural de la historia es más lento, pero ofrece mucho menos peligro. El aconsejado experimenta una forma de sanidad mientras relata su historia de acuerdo a su propio paso. A muchas personas no les es fácil cambiar de su aislamiento a la intimidad. Cuando el consejero procura acelerar este cambio, aumenta la ansiedad del aconsejado en lugar de reducirla”[3].

Cuando el pastor está escuchando bien, es llevado por la corriente de emociones del aconsejado. Como el hombre que flota en un río que no es muy profundo, puede dejar que la corriente lo cargue y al mismo tiempo “tocar el fondo”. Asimismo, él puede sentir las emociones del aconsejado sin dejar que lo inunden. Puede ser llevado, pero sin ser dominado por ellas.

Muchas personas no son buenos oyentes. Solamente un porcentaje pequeño de lo que se dice es escuchado. Sin embargo, millones están muriéndose (emocionalmente) porque no se les ha escuchado. Una mujer, frustrada por­que su esposo no la escuchaba, hizo esta dramática declaración: “Ya nadie escucha a nadie”. Ella casi tenía razón. Nuestro más grande medio de contacto interpersonal es hablar. Cuando se escucha lo que dice una persona cierta terapia ocurre; cuando no se le oye, viene la frustración.

El pastor está en posición de ayudar a las personas simplemente escuchándolas. Lamentablemente muchos pastores no saben escuchar. Lo cual es fácil de entender, al recordar que su mayor preparación es para comunicar, no para escuchar. Sus amplios estudios en los campos bíblicos, teológico e histórico, como también su preparación en muchos de los campos prácticos, lo equipan a comunicar sus conocimientos a otros. Ciertamente esto es de vital importancia. Pero aunque su efectividad en el púlpito depende de su habilidad para comunicar (comunicar la verdad) mucho de su éxito en la iglesia depende de su capacidad de escuchar.

Muchos pastores no pueden hacer fácilmente la tran­sición entre hablar y oír. Al fallar en este particular, impi­den o casi destruyen su éxito al tratar de aconsejar.

Casi las únicas personas que verdaderamente oyen a otros en nuestra sociedad, son los psiquiatras, los psicólogos y los consejeros, y a ellos se les paga considerablemente por sus servicios. ¡Oidores pagados!

El consejo del pastor no puede ser mejor que su infor­mación. Solamente hay una persona que tiene cierta información que el pastor necesita: el aconsejado. El único modo de recibir esta información es oyendo. El consejo de Shakespeare, “Dale a cada hombre tu oído, y a pocos la voz”, se aplica especialmente al pastor consejero. El pastor que escucha aprende. Cuando un pastor consejero está hablando, el aconsejado está aprendiendo poco y el pastor no está aprendiendo nada.

Algunos africanos se expresaron así acerca de un mi­sionero: “Tiene orejas suaves”. El oído suave puede ser una de las más grandes posesiones del pastor consejero. Y aunque estamos de acuerdo en que el pastor debe tener más que un “oído atento” debe ver el valor de escuchar, y debe escuchar con exactitud como el fundamento en que descansa el resto de su arte de aconsejar.

Una mujer se quejó de su esposo con su consejero. “El no oye con su corazón.” No todos los oidores “sin corazón” se encuentran en los hogares de los feligreses; algunos están en las oficinas pastorales. El oír con el corazón permite al pastor oír gemidos silenciosos y ver las lágrimas invisi­bles. El arte de escuchar, de un pastor dado, no está completamente desarrollado sino hasta que no solamente oye lo que se le dice, sino también lo que no se le dice.

Un error común es el de oír más rápidamente de lo que el aconsejado está hablando. En esta forma el consejero se adelanta al aconsejado y principia a derivar conclusiones sobre lo que piensa que el aconsejado va a decir. El aconsejado sabe que el consejero no “está con él” y se sentirá frustrado mientras intenta hablar de su problema.

2. Responder. Ya hemos dicho que escuchar es el fun­damento sobre el cual descansan todas las técnicas del consejero. Una de estas técnicas es la de responder. Respondiendo propiamente a su conversación, el aconsejado siente que su pastor en verdad le ha oído. Esto sucede cuando el pastor responde a lo que se ha dicho de tal manera que pueda proyectar lo que siente, al menos en cierto grado, como el aconsejado siente. A esto se le llama empatía. La empatía se ha definido como, “Tu dolor en mi corazón”. Sin embargo, la empatía que uno siente no es suficiente. Debe comunicársele al aconsejado. Esta es la técnica de responder.

El responder le comunica al aconsejado la idea, “sí, yo sé cómo se siente” o, “Sí, yo también he estado en esa situación”. Este proceso de oír y responder puede ser muy terapéutico para el aconsejado. Esto no quiere decir que todos los problemas se resuelven por el proceso de oír y res­ponder; pero, quiere decir que esto forma un vínculo entre consejero y aconsejado, del que puede nacer una relación benéfica. Aconsejar no es tanto una identificación de mentes como de sensaciones. La función del aconsejamiento no es lograr que los feligreses se enteren en qué condición está el pastor; sino saber en qué condición están ellos. Esto se obtiene principalmente escuchando sus sentimientos y respondiendo a ellos.

3. Apoyar. Otra función del consejero es apoyar, tér­mino que aquí usamos con varias definiciones tales como: sostener, llevar el peso o fuerza, soportar o evitar que uno se hunda. Todas estas definiciones son aplicables a la actuación del ministro. Muchos vienen a su ministro con una carga tan grande que ya no pueden soportar. Su función es la de ayudar a su feligrés sosteniéndole, elevándole y evitando que se hunda. Esto no quiere decir que él asume todo el peso y responsabilidad de los problemas de sus aconsejados. Pero sí que le ayuda a soportar su carga en tanto que llegan mejores tiempos para ellos, a través del aconsejamiento y tratando con sus problemas. El pastor dedicado ayuda con alegría y decisión a llevar esas cargas porque en verdad le interesan sus feligreses.

4. Aclarar. Otra función del aconsejamiento es la de ayudar a aclarar la naturaleza del problema de su feligrés. En muchos casos esta aclaración se necesita porque el feligrés ha estado tan cerca de su problema que ha perdido su perspectiva en relación con él. Está tan hundido en él que no puede verlo objetivamente. Los problemas profundos evocan emociones profundas que con frecuencia le impiden al feligrés ver aquello que el pastor puede ver fácilmente. La emotividad del feligrés afecta negativamente su razón. Se ve impulsado por la emoción en vez de ser guiado por la razón. Aquí la actuación del pastor es doble: (1) Reducir la emotividad dejando al feligrés ventilar sus sentimientos; y (2) aumentar la racionalidad ayudándolo a examinar con la prueba de la realidad su condición emotiva.

Habrá que obtener la aclaración del problema si se quiere una adecuada solución. De otro modo el intento del feligrés de resolver su problema resultará en tomar un camino incierto hacia un destino indefinido.

5. Interpretar. Este es un proyecto combinado del pastor y el feligrés. Incluye tener un entendimiento de lo que es el problema, qué lo ha causado, cómo ha afectado al aconsejado, y qué dirección general habrá que tomar hacia su solución. Esta es una etapa crucial en el proceso de aconsejamiento.

6. Formular. Esta función del aconsejamiento consis­te en ayudar al feligrés en la formulación de una solución de su problema. Este proceso será doble: (1) Una formulación de actitud, y (2) una formulación de acción. La formulación de actitud incluirá un nuevo modo de reacción y conducta. Debe haber un cambio de actitud antes de que haya un cambio de acción. El cambio de actitud es interpersonal en naturaleza mientras que el cambio de conduc­ta es generalmente interpersonal.

Hay que señalar que en la función de formulación, el papel del pastor es el de ayudar. Tiene que darse cuenta de que es problema del feligrés y no de él; por tanto el feligrés mismo tiene que formular la solución del problema, con la ayuda del pastor. Ocasionalmente, es posible que la solución propuesta a cierto problema sea principalmente el trabajo del pastor, pero el feligrés tiene que aceptarlo como “suyo propio” en el sentido de que ve la validez de él y esté dispuesto a utilizarlo. Así lo adopta y se convierte en suyo.

El pastor tiene que evitar la práctica de andar dando recetas como soluciones a los problemas de sus feligreses. Esta manera de abordar los asuntos niega la validez de una perspectiva de cooperación, y tiende a facilitar que el pastor imponga planes de afuera antes que permitir que aparezcan del fondo mismo de la relación de consejo.

7. Guiar. La última función del pastor consejero es la de guiar al feligrés hacia una meta, usando el mapa que fue creado durante el proceso de formulación. En los primeros escalones del viaje del feligrés, tal vez el pastor tendrá que estar muy activo en su actuación como guía. A medida que su feligrés progresa hacia su meta, el pastor tomará menos parte hasta que finalmente su ayuda no será necesaria.

Y siendo que su meta final para sus feligreses es el crecimiento, la madurez y la totalidad, el pastor consejero está buscando siempre cómo perder su trabajo a base de solucionar el problema. Esto es, tal es el cambio operado en sus feligreses, que ya el pastor no es necesitado del mismo modo que lo necesitaban cuando estaban en crisis.

Ampliando nuestra visión del Consejo pastoral

La mayoría de la gente tiene problemas. Hay personas que no se llevan bien con sus maridos o con sus esposas; otras están abrumadas por pro­blemas de dinero o de educación de los hijos; otras sufren depresión nerviosa; otras sienten una especie de vacío interior que les impide realizar­se; hay en fin otras esclavizadas por el alcohol o por el sexo. No hay suficientes consejeros pro­fesionales para dar abasto con tantos problemas. Y aunque los hubiera, son relativamente pocas las personas con dinero y paciencia suficientes para aguantar las caras y lentas series de sesio­nes que a menudo exigen los tradicionales méto­dos de esta clase de psicoterapia profesional. Además, es preciso admitir que el porcentaje de éxitos por parte de psicólogos y psiquíatras no justifica la conclusión de que una terapia profe­sional que esté al alcance de todos los bolsillos, sea la respuesta deseada.

El aumento de problemas personales y una creciente desilusión en los esfuerzos profesionales por resolverlos, han dado paso al intento de buscar nuevas vías de solución. Ha llegado el momento preciso para que los creyentes que to­men a Dios en serio, desarrollen un método bí­blico de aconsejar que afirme la autoridad de la Escritura y la necesidad y suficiencia de Cristo. La amargura, la culpabilidad, la preocupación, el resentimiento, el mal genio, el egoísmo que­jumbroso, la envidia y la lascivia están consu­miendo a nivel psíquico, espiritual (y, a menudo, a nivel fisiológico) las vidas de los hombres. Al menos en nuestro subconsciente, se ha encasti­llado la idea de que, para nosotros los creyentes, la entrega a Cristo y la dependencia del poder y de la guía del Espíritu Santo, nos exigen some­ternos a lo que el médico prescriba. Pero el caso es que la psicología y la psiquiatría profanas se han empeñado en meternos en la cabeza la no­ción de que los problemas emocionales son efec­to de un desequilibrio psíquico y dentro de esos límites se mueve todo el diagnóstico, así como la terapia, del especialista en psicología. Un renom­brado psicólogo, O. Hobart Nowrer, ha recrimi­nado a la Iglesia el haber vendido su espiritual primogenitura en cuanto al derecho a enseñar a la gente el modo de vivir con eficacia, a su co­lega el psiquiatra, no pocas veces su antagonista, a cambio de un plato de lentejas en forma de propaganda.

Estoy convencido de que la iglesia local debe y puede asumir con éxito la responsabilidad de contar entre sus filas hombres capaces de restau­rar en la gente con problemas la salud espiritual que les permita llevar una vida plena, producti­va y creadora. Un psiquiatra comentaba reciente­mente que sus pacientes todos estaban básicamente hambrientos de cariño y acogida y dónde debería manifestarse mejor el cariño que en una iglesia local centrada en Cristo. Jesús oró para que todos los suyos fuesen uno. Pablo habla de alegrarse con el que se alegra, de llorar con el que llora y de sobrellevar los unos las cargas de los otros. En la medida en que se cumple el objetivo que el Señor le fijó a su Iglesia, queda tam­bién satisfecho dentro de la Iglesia el profundo anhelo de ser amado y acogido, el cual engendra tantos problemas psicológicos cuando no encuen­tra la debida satisfacción.

Según explicaremos en detalle más adelante, la gente no sólo necesita amor, sino también un objetivo para sus vidas. La vida debe tener un sentido, un destino y una meta que no son pasajeros ni se producen automáticamente. Y es la iglesia local la destinada a suministrar una orien­tación al respecto. El Espíritu Santo ha distribui­do sus dones espirituales entre todos y cada uno de los miembros del Cuerpo. El ejercicio de tales dones contribuye a la más importante de todas las actividades que tienen hoy lugar en el mun­do, es a saber, la edificación de la Iglesia de Je­sucristo. ¡Qué objetivo tan magnífico y de una importancia eterna para la vida, queda específicamente a disposición de los hombres en el inte­rior de las estructuras organizadas de la iglesia local. Más adelante, explicaré más detenidamen­te mi creencia en que la iglesia local ha recibido en exclusiva de parte de Dios el ministerio de satisfacer las necesidades de la gente que padece trastornos emocionales.

Si hemos de esperar algún éxito del desempeño de una responsabilidad tan inmensa y tan seria­mente descuidada, los pastores necesitan volver al modelo bíblico, que no consiste en que el pastor sea el único que ejerce este ministerio con todos, sino en equipar a los miembros de la con­gregación para que ellos mismos puedan cumplir esta tarea por medio del ejercicio de sus dones espirituales. Las congregaciones necesitan reco­brar aquel maravilloso sentido de la «koinonía» o comunión, practicando una verdadera comuni­cación de bienes. Los pastores necesitan también entender la perspectiva bíblica sobre los proble­mas personales y enfatizar desde el pulpito la necesidad de aconsejar según la Biblia. En cada iglesia debería haber hombres y mujeres adies­trados en este ministerio sin par, de aconsejar de acuerdo con la Palabra de Dios. El desarrollo de una iglesia local hasta convertirse en una co­munidad equipada para aconsejar, utilizando sus recursos singulares de comunión fraternal y mi­nisterio, es una idea apasionante que necesita mucha reflexión. Como base para dicha reflexión es preciso que contestemos antes a la pregunta siguiente: ¿Cuál es el método bíblico que ha de usarse en el arte de aconsejar? Es preciso dedi­car una atención urgente, inteligente y de mucha amplitud a la tarea de desarrollar un método para ayudar a la gente, el cual, al par que eficien­te, sea en todo consecuente con la Biblia.

Todo concepto sobre el arte bíblico de aconse­jar debe basarse en el principio fundamental de que existe realmente un Dios infinito y personal que se ha revelado a Sí mismo en forma de pro­posiciones escritas, en la Biblia, y personalmente en una Palabra viva y encarnada, Jesucristo. Con­forme al testimonio de ambas, la Biblia y Jesu­cristo, el problema primordialmente básico de todo ser humano es su separación de Dios, el abismo creado entre ambos por el hecho de que Dios es santo y nosotros no lo somos. Mientras no se establezca comunicación entre ambas orillas, la gente podrá dar a sus problemas personales ciertas soluciones transitorias y parciales, echando mano en mayor o menor cuantía de los principios que ofrece la Biblia, pero nunca podrán disfrutar de una existencia completamente satisfecha ni en esta vida ni más allá de la tumba. El único modo de encontrar a Dios y disfrutar de la vida en co­munión con El, es por medio de Jesucristo. Cuan­do estamos de acuerdo con Dios respecto a nues­tra condición pecadora, nos arrepentimos de nuestros pecados y ponemos toda nuestra fe y confianza en la sangre de Jesús como el precio total de nuestro rescate de la esclavitud del peca­do y del demonio, ello basta para conducirnos a una íntima relación con Dios (un hecho verdaderamente asombroso) y nos abre la puerta a una vida plena y con sentido.

Ahora bien, si los cristianos se sienten inclina­dos a sustituir la pura psicoterapia profana por unas normas bíblicas aplicadas en el contexto de la iglesia local, hemos de decirles que el justo medio consiste en no quitar importancia a los aspectos científicos y en no contentarnos con ellos. Los Evangélicos suelen irse a uno de los dos extremos. No basta con decirle sin más a una persona que sufre depresión, que es pecadora y que debe confesar sus pecados al Señor prometiéndole no volver a pecar. Tal modo de proceder presentaría al mundo el rostro de un Cristianis­mo más opresivo que liberador, como un sistema insensible lleno de normas duras de cumplir. Re­cientemente se ha intentado programar un arte cristiano de aconsejar a la manera en que se planearía una cacería de brujas: localizar el pecado y echarlo a la hoguera. Más adelante explicaré las razones que tengo para creer que este modo de obrar, aunque correcto en su base teológica, es incorrecto y no precisamente bíblico en su meto­dología. Es un error muy grave el pensar que Cristo sólo puede ayudar en problemas específi­camente espirituales, pero que no le compete el resolver problemas de tipo psíquico personal (como la depresión), para cuya solución es preci­so echar mano de la psicoterapia profana. Los que repiten sin más que «Jesús es la respuesta», no suelen tener mucha experiencia en el trato con­creto y personal de los problemas cotidianos que afectan al hombre de la calle. Cuando llega el caso de enfrentarse con la cruda realidad de un problema personal, emocional, familiar, etcétera, o se limitan a animarles o que tengan más fe, más oración y más estudio de la Biblia (buen consejo, pero a menudo tan poco útil como el de­cirle a un enfermo que se tome la medicina) o recogen velas y se van al otro extremo, diciéndoles: «Su problema no es espiritual, sino mental. Yo no puedo ayudarle; más le vale acudir a un psiquiatra».

Debemos desarrollar un método sólidamente bíblico para aceptar en el arte de aconsejar, un método que tenga en cuenta los avances de la psicología sin traicionar los principios de la Biblia, que sepa encarar con todo realismo y en toda su hondura los problemas de la gente, así como la probabilidad de éxito y la importancia que su solución tiene para la existencia personal y lo que es más importante, con una fe inque­brantable y apasionada en la inerrancia de la Biblia y en la completa suficiencia de Jesucristo.

La primera parte de este libro está destinada a quienes aconsejan con regularidad a los cre­yentes con problemas, que «busquen la ayuda de un profesional». Aun cuando la intervención de un consejero profesional puede servir de ayu­da, a veces tiene el inconveniente de basarse en principios doctrinales diametralmente contrarios a los de la Biblia. Aquí vamos a analizar brevemente y dar nuestra opinión crítica, desde una perspectiva bíblica, de un determinado número de posiciones que representan las corrientes de pensamiento de la psicología profana.

El resto del libro presentaré mis ideas sobre un método realmente bíblico de practicar el arte de aconsejar.

Un caso típico de Depresión

“Para María cada día es una nueva batalla para lograr seguir adelante. Muchos días no tiene ánimo suficiente ni siquiera para levantarse de la cama y cuando su marido vuelve a casa por la noche la encuentra todavía en pijama y con la cena sin preparar. Llora muy a menudo y hasta sus momentos de mejor humor se ven continuamente interrumpidos por ideas de fracaso e inutilidad. Tareas tan insignificantes como vestirse o hacer la compra le resultan muy difíciles y el menor obstáculo le parece una barrera infranqueable. Cuando se le recuerda que todavía es una mujer atractiva y se le sugiere que salga a comprar un vestido nuevo contesta, "esto es demasiado difícil para mí, tendría que atravesar la ciudad en autobús y probablemente me perdería, además ya no soy atractiva".

Su forma de hablar y de andar es lenta y su rostro tiene un aspecto triste. Antes era una mujer vivaz y activa, colaboraba en asuntos sociales de su barrio, le gustaba leer, pintar y era una anfitriona encantadora. Entonces ocurrieron dos cosas: Su hijo empezó a ir a la escuela y su marido fué ascendido a un puesto de gran responsabilidad que lo obligaba a permanecer demasiado tiempo fuera de casa.

Ahora ella languidece pensando si merece la pena vivir y ha jugado con la idea de tomarse todo el frasco de sus píldoras antidepresivas de una sola vez.”[4]

¿Cómo puedo vencer la depresión?

Si queremos vencer la depresión, el primer paso a tomar antes de ir a un médico, o antes de ir a un psicólogo, es establecer esa conexión con Dios por medio del sacrificio hecho por Jesucristo para que nuestra vida sea transformada. Cuán maravillo es saber que eres muy importante para alguien que realmente se interesa por nosotros. Saber que un ser supremo puso sus ojos sobre mí. Aunque tu padre y tu madre te hayan rechazado y tu familia te haya dicho: "¡no sirves para nada, no vales un centavo"!, Dios te amó tanto que te dio la vida y dio a su propio Hijo para que pudieras vivir con esperanza en el mañana y del futuro.

Ese que te dió la vida te dice: "yo he venido para que tengas vida y vida en abundancia." Hoy se abre una puerta de salida a tu desesperación y a tu depresión. Ahora mismo mientras lees estas palabras, está entrando un rayito de esperanza a tu corazón. Esa luz es Jesús el Salvador, quien dijo: "He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él, y él conmigo." Aunque Jesús murió, la noticia más maravillosa de aquel tiempo fué que al tercer día resucitó. Su tumba está vacía. El venció la muerte para darte vida, venció el pecado para que pudieras acercarte a Dios. El llevó tu depresión, tristeza, tu dolor, tu angustia, tu desesperación y las clavó en la cruz para darte paz, esperanza, la vida eterna, una razón para vivir.

El no te ofrece religión. Es más, Jesús llamó a los religiosos de su época hipócritas, porque sabía que la religión ni salva ni puede cambiar al ser humano. Solo lo que él te pide es que lo invites a venir a tu vida y corazón y el cambiará las circunstancias, borrará tus pecados, te dará esperanza para vivir, podrás realmente experimentar el verdadero amor y la paz que hasta ahora no has tenido. Una paz que sobrepasa todo entendimiento humano.

Quizás tu pienses que los escritores de esta página son unos fanáticos, o están locos, pero no es así, sino que hablamos por experiencia propia. Hemos vivido en nuestra propia carne la desesperación de no tener salida, de sentir un vacio y una angustia tan grande en el alma que el suicidio parecía la única solución. Sin embargo, el dia que Jesús llegó a nuestras vidas, el no nos mandó a cambiar, solo dijo: "ven tal y como eres y yo me encargaré de lo demás.

¿Quieres confiar en Jesús? ¿Quieres tratar una vez más? Quizás esta sea tu última oportunidad. No la rechaces...

¿Que debes hacer?

Solamente repite esta simple oración:

Dios de los cielos, yo me arrepiento de todos mis pecados. Acepto a Jesucristo como mi Salvador y mi Señor... ven a mi corazón Señor Jesús y dame vida eterna...yo acepto el sacrificio que hiciste por mí en la cruz del Calvario. Te entrego mi vida...y de ahora en adelante te seguiré...amén.

Si has hecho esta oración de corazón, te garantizamos que tu vida a partir de hoy no será la misma. Ahora debes conocer más a Jesús a través de su palabra, la Biblia. Debes buscar una iglesia donde congregarte y aprender más sobre los caminos de Dios.

Si has hecho la oración aceptando a Cristo, conéctate a los siguientes enlaces para más información sobre los primeros pasos que debes tomar. Dios te bendiga.

Bibliografía


Hamilton, James D., El ministerio del pastor consejero, Casa Nazarena de Publicaciones, 1979, wesley.nuu.edu

PRINCIPIOS BIBLICOS DEL ARTE DE ACONSEJARL. J. Crabb

Crabb, L. J., Principios Bíblicos del Arte de Aconsejar, graciasoberana.com

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García Sánchez, J. & Palazón Rodríguez, P. (2010). "Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal". Desclée de Brouwer (en prensa).

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http://depression-screening.org/espanol/sintomas.htm



[1] PRINCIPIOS BIBLICOS DEL ARTE DE ACONSEJARL. J. Crabb Hamilton,
 James D., El ministerio del pastor consejero, Casa Nazarena de Publicaciones, 1979, wesley.nuu.edu
Crabb, L. J., Principios Bíblicos del Arte de Aconsejar, graciasoberana.com

[2] PRINCIPIOS BIBLICOS DEL ARTE DE ACONSEJARL. J. Crabb Hamilton,
James D., El ministerio del pastor consejero, Casa Nazarena de Publicaciones, 1979, wesley.nuu.edu
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[3] PRINCIPIOS BIBLICOS DEL ARTE DE ACONSEJARL. J. Crabb Hamilton,
James D., El ministerio del pastor consejero, Casa Nazarena de Publicaciones, 1979, wesley.nuu.edu
Crabb, L. J., Principios Bíblicos del Arte de Aconsejar, graciasoberana.com

[4] Caso real, tomado de una monografía en, www.monografias.com

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