Una de las áreas en las que la teología bíblica
tiene algo que decirle al pastor consejero es la naturaleza del hombre. Este es
uno de los campos más cruciales en el arte de aconsejar. Al estudiar la
literatura de consejo y psicoterapia, uno descubre que hay una gran divergencia
en las teorías de la naturaleza del hombre. Los rogerianos creen que el
hombre es sin pecado; los freudianos afirman que el hombre carece de bien, y
los behavioristas (o comportamentistas) sugieren que el hombre carece
de voluntad. Pero el punto de vista bíblico del hombre, salvará al consejero
del optimismo de los rogerianos, del pesimismo de los freudianos y del neutralismo
de los comportamentistas.
Otro campo crucial de la teología bíblica tiene que
ver con el pastor consejero en relación a la existencia, naturaeza y actividad
de Dios. Si uno limita su lectura a libros de aconsejamiento y
psicoterapia, encontrará que en ellos frecuentemente se niega a Dios. Algunas
veces se le tolera pero usualmente se le hace a un lado. Por supuesto, el
pastor consejero no puede aceptar ninguna de estas perspectivas, porque sabe
que el Dios de la Biblia está activo tanto en la historia como en la
experiencia humana. Un conocimiento de la teología bíblica relacionada tanto
al hombre como a Dios permitirá al consejero cristiano saber qué es el
hombre y que Dios trata con el hombre dónde él está y cómo él es.”[1]
EL VALOR DE LAS PERSONAS
Hay un concepto básico en las enseñanzas de Jesús
que tiene una gran relación en el consejo pastoral: el valor de las personas.
Este concepto afecta mucho lo que Jesús dijo e hizo. Jesús afirmó que el hombre
era de más valor que todo el mundo. Oxnam dijo:
Jesús creía que la personalidad era de un valor
supremo. Puso al hombre sobre las cosas. La cuestión sobre el bien y el mal se
decidió al referirla a su estimación del valor de la persona. Enriquecer la
personalidad es hacer el bien. Destruirla es hacer el mal. El hombre tiene un
valor infinito.1
Luego asegura que “el hombre y no las cosas, son la
meta de la vida social”.2 Jesús, en sus enseñanzas revela la gran
importancia que le da al individuo. El no estaba interesado primordialmente en
las razas, nacionalidades, grupos selectos, o familias aisladas como fin en sí
mismas. Su interés yacía en los individuos que formaban estas relaciones.
Brooks dice que para Jesús, “la unidad final es el hombre y esa unidad de valor
nunca salió del alma de Jesús. Quitarle a la cristiandad la importancia de las
personas sería privarla de su mismo hálito viviente”.3 Este concepto
de la personalidad cautivó tanto el pensamiento de Jesús que hizo de ello el
fin de la acción humana. La regla de oro refleja este principio con claridad:
“Y como queréis que os hagan los hombres, así hacedles también vosotros” (Lucas
6:31). Así pues, Oxnam nos dice, “Jesús hace al hombre la meta de la vida
social”.4 Jesús consideró las cosas ligeramente pero a las personas
en alto grado. El hombre no era cosa para usarse sino una persona para ser
respetada. Scott dice, “Para Jesús el hombre tenía valor a la vista de Dios no
solamente como unidad social sino como persona humana.”5
Quizás esta parábola de Jesús refleje mejor que
nada su concepto personal de valor del hombre:
Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:
¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja
las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta
encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozosos; y
al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos
conmigo porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así
habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos, que no necesitan arrepentimiento (Lucas 15:3-7).
Jesús dedicó su vida a la labor de buscar la oveja
perdida. La oveja perdida era tan valiosa que era digna de que El viviera
buscándola y de que muriera por ella.
Jesús estaba firmemente convencido de que el
individuo era más importante que el grupo. Scott dice, “Jesús no piensa en
términos de masas sino en términos del individuo.”6 Bogardus
expresa un pensamiento similar cuando dice, “Trató con personalidades antes que
con instituciones. Miró al individuo antes que a las masas.”7 No
solamente fue el valor de las personas el concepto que Cristo enseñó; fue un
principio que El ordenó a sus discípulos que siguieran. El ideal de las
enseñanzas de Cristo era que uno había de volverse desinteresado en sus
perspectivas, que la acción de uno fuera de una benevolencia natural a los individuos,
sin consideración de nivel social. Lo siguiente expresa este punto:
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o
desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos
a ti? Y respondiendo el Rey, le dirá: De cierto os digo que en cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo
25:38-40).
La historia de Zaqueo el publicano es una buena
ilustración del interés de Jesús en las personas. Los publicanos eran
aborrecidos por todos. El peor nombre que se le podía dar a un individuo era
“publicano”. Jesús notó el valor de Zaqueo, sin importarle lo que otros
pensaran y se propuso ir a su casa y cenar con él. Lo hizo a expensas de su
prestigio. El vio una persona que necesitaba el impacto de su vida. La
respuesta de Cristo a la tan amistosa recepción de Zaqueo fue, “el Hijo del
hombre vino a buscar y a salvar lo que había perdido” (Lucas 19:10).
Consideremos a los leprosos. Eran desterrados de la
sociedad por su enfermedad. No teniendo la ventaja de nuestros leprosarios, los
leprosos de los tiempos bíblicos tenían que separarse a sí mismos del resto de
la sociedad, gritando, “inmundo” para que los demás no se contaminaran. Cristo
no los rechazó porque estaban en esa condición. Los recibió y los curó.
Reconoció su valor.
Uno de los primeros discípulos de Jesús fue Mateo,
recaudador de rentas. Como los recaudadores de renta trabajaban con los
romanos a base de comisión, podrían hacerse una fortuna con sobre-evaluar y
añadir el impuesto a la propiedad. Y era por esto que los colectores de
impuestos eran odiados por la gente. Jesús, pasando por la oficina de
impuestos, vio en Mateo lo que otros no vieron: —un hombre—y lo hizo uno de
sus discípulos.
O veamos al joven rico. Este joven poseía muchas
cualidades. Era honrado, sincero, y había ganado un gran prestigio. Cristo
inmediatamente se impresionó de él. Marcos escribe que cuando se encontraron,
“Jesús mirándole, amóle” (Marcos 10:21). Este amor de Cristo para el joven no
fue por ser quién era sino por lo que era, —un hombre.
El amor era la llave. Toda la vida de Jesús estuvo
saturada con amor. El demostró ese amor en su vida y en su muerte. Durante su
vida dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced
bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”
(Mateo 5:44). Desde la cruz, vio hacia los que le habían crucificado y dijo:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
¿Qué le dice todo esto al pastor consejero? Le dice
que el pastor debe darle un gran valor a las personalidades, como Jesús lo
hizo; que el individuo viene a ser su motivación y la esfera de todo su trabajo
pastoral.
Aconsejar Función del Ministerio
LA NATURALEZA DEL MINISTERIO PASTORAL
“El ministro es llamado a servir a una generación
que no solamente está amenazada por los problemas que todo hombre ha
confrontado, sino también por una multitud de problemas que plagan la
generación presente. Entre ellos están: (1) la amenaza del hambre para millones
por causa de la explosión humana; (2) el peligro de aniquilación bajo la guerra
nuclear; (3) las amenazas de rebelión por los jóvenes cuya adolescencia se
complica por la incertidumbre de la sociedad entre la libertad excesiva o la
autoridad y por ende escoge ambas; (4) el problema de su opulencia resultando
en un materialismo que hace que los hombres sean politeístas prácticos que
hacen ídolos de las cosas; (5) la tragedia de la rápida disolución del hogar;
(6) el problema de la explosión educativa que ha dado por resultado que algunos
sean educados más allá de su sabiduría; y (7) el problema de un secularismo que
hace a Dios a un lado y a la iglesia anticuada e innecesaria.
Así es el mundo al que ha sido llamado el pastor. A
esta clase de edad tiene que servir significativamente. El ministerio pastoral
puede entenderse mejor si se le basa en una trinidad de premisas: (1) Es de
Dios; (2) es por el Espíritu Santo; y (3) es para la
gente.
1. Es de Dios
Ningún estudiante serio de la Biblia puede poner en
tela de duda que el ministerio es de Dios. Esto se afirma tanto en el Nuevo
como en el Antiguo Testamento. El pastor nunca debe alejarse de la profunda
verdad de que ha sido llamado por Dios para hacer la obra de Dios del modo que
Dios quiera. Una visión clara del punto de vista bíblico de su llamado y de la
misión de la iglesia será, como Jowett dice, “nuestra salvación de volvernos
oficiales pequeños en empresas transitorias. Nos hará en verdad grandes, y por
tanto, nos evitará pasar nuestro tiempo en nimiedades.” Esto también le
permitirá dedicarse a actividades cuyo propósito es el cumplimiento de la
misión de Cristo para la iglesia. ¡Qué tanta “administración trivial” pastoral
se eliminaría si los pastores conservaran una perspectiva clara de que su obra
es de Dios, y de que esta obra debe siempre guiarse por los objetivos que Dios
ha dado para su iglesia!
La Biblia no es muda acerca del carácter del ministro
ni acerca de la naturaleza de su ministerio. Las siguientes citas demuestran
esta perspectiva bíblica:
Pero es necesario que el obispo sea irreprensible,
marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para
enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias
deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que
tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar
su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea
que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que
tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en
lazo del diablo (I Timoteo 3:2-7).
Y Apóstol Pedro:
Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros,
cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia
deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están
a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el
Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de
gloria (I Pedro 5:2-4).
Una pequeña estaba dibujando con sus crayolas. Su
madre le preguntó qué estaba dibujando. “A Dios” respondió ella. Su madre
contestó, “Pero hija, nadie sabe cómo es El”. “Ya lo conocerán cuando yo
termine”, dijo ella. Cuando el pastor ha terminado su ministerio en una iglesia
dada, sus feligreses han de conocer cómo es Dios porque han visto su retrato en
el trabajo del pastor. Si su ministerio es de Dios, representará a Dios.
El hombre que está firmemente convencido de que su
ministerio es de Dios estará por encima de la lucha por prestigio que capta la
atención de muchos pastores contemporáneos. Mucho se ha escrito recientemente
sobre la “crisis de identidad” que confrontan los ministros. Se da por sentado
que socialmente, el ministro sufre por la falta de una adecuada definición de
su actuación. Ningún pastor, por más listo que sea, escapa las implicaciones
de la multiplicidad de expectaciones de su actuación impuesta sobre él por una
sociedad que no está segura de lo que debe ser el trabajo de un ministro.
Recientemente una agencia de evaluación pedagógica
envió un cuestionario a mil líderes laicos de varias denominaciones
preguntándoles su concepto de “un ministro sobresaliente”. Los datos fueron
turnados a un grupo de examinadores psicológicos y se les pidió que dijeran a
quién estaban describiendo. Su respuesta fue, “Uno de los vicepresidentes de
Sears y Roebuck.”
William E. Hulme dijo, “El ministro sufre de un sentido
de inferioridad profesional. Ante sus propios ojos él ocupa el último lugar, él
está al pie de la lista de las profesiones”. Y siendo así, muchos ministros
anhelan ser reconocidos como doctores, licenciados, psiquiatras y psicólogos. De
esta manera, reflejan la enorme tendencia de la cultura a formar
clasificaciones y agrupar a la gente en ella. Hay que afirmar que si el
ministro alguna vez gana un rango igual con otras profesiones, será un paso
atrás para el ministerio. Quizás los ministros debieran estar al tanto de los
resultados de un estudio comprehensivo hecho hace algunos años por una comisión
federal sobre la salud mental. En respuesta a la pregunta: “¿A dónde acude
usted a buscar ayuda con un problema personal?”, La gente contestó así: el 42
por ciento fueron con su clérigo; el 29 por ciento con su doctor; el 18 por
ciento con psiquiatras o psicólogos; el 13 por ciento acudió a agencias de
trabajo social; el 6 por ciento con licenciados; el 3 por ciento con sus
consejeros matrimoniales, y uno por ciento acudió a maestros, enfermeras,
policías y jueces.
El estudio reveló además que los resultados fueron
tan favorables, si no más, quizás, para la persona que consultó a un clérigo,
que para los que buscaron los servicios de otros profesionistas. El ministro
debe darse cuenta de que en la opinión de muchos, él ya posee el
prestigio que con toda el alma desea. Quizás él deba dar su atención a las
cosas que en verdad importan. Si el ministro está deseoso de una clasificación
¿qué tiene de malo la de “siervo de Dios”? ¿Qué más puede uno desear?”[2]
2. Es por el Espíritu Santo
Esto no significa que es el ministerio del Espíritu
aparte del ministro; sino más bien a través del ministro. La
Iglesia Primitiva consideró de sumo valor el ministerio de personas llenas del
Espíritu, aún para personas escogidas para ministrar en puestos subordidanos.
En los Hechos de los Apóstoles se recalcó que los diáconos tenían que ser
hombres “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 6:3). El Espíritu Santo llamó
literalmente a Bernabé y a Saulo diciendo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para
la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2). La historia nos informa que fueron
“enviados por el Espíritu Santo” (Hechos 13:4).
Sanders dice, “Hombres llenos del Espíritu Santo
pueden ejercer sólo el liderato espiritual. Otras cualidades son de desearse.
Esta es indispensable.”5 Asegura también que “la espiritualidad no
es fácil de definir, pero su presencia o ausencia fácilmente puede ser
discernida.”6
Un ministerio sin el Espíritu es como un guante sin
mano; tiene la forma, pero no la sustancia. El pastor que hace el intento de
ministrar significativamente a personas que están luchando con las realidades
ásperas de la sociedad contemporánea, muy pronto llegará a la bancarrota de sus
propios recursos humanos. El pastor debe confrontar que tiene que depender
intensamente en los medios del Espíritu Santo si quiere seguir pastoreando con
un sentido de suficiencia.
El pastor puede ver los rostros de sus feligreses
en cualquier día del Señor, y ver problemas reflejados en ellos, cuyo número es
excedido sólo por su profundidad. En una congregación de cualquier tamaño, se
puede encontrar personas azotadas por hondos complejos de culpa; personas
cuyas vidas no tienen sentido; jóvenes que han sido atrapados en las tormentas
y preocupaciones de la adolescencia; ancianos que se enfrentan a la cercanía de
su propia muerte; los temerosos, los abandonados, los que buscan amor. El tiene
que servir a todos estos, los desheredados, el desengañado, y el desmayado.
¡Qué labor tan grande tiene el pastor y cómo necesita el poder del Espíritu
Santo en su vida!
Hace algunos años el que esto escribe fue
confrontado con una pregunta de la que no ha podido escapar. La incluyo aquí
con la esperanza de que trastorne a otros como lo trastornó a él. El Dr. Carl
Bates preguntó: “¿Qué está usted haciendo que no logrará hacer a menos que el
poder de Dios descienda sobre su ministerio?”7
3. Es para la Gente
Un ministro le dijo una vez a su psiquiatra, “Mi
vida se caracteriza por una multitud de contactos y una pobreza de relaciones”.
¡Cuánta verdad hay en esto para muchos ministros! Los contactos automáticamente
existen por la naturaleza misma del ministerio, pero las relaciones que
resultan de estos contactos son enteramente la creación del ministro. La
profundidad del ministerio de un hombre se mide por las profundidades de sus
relaciones interpersonales con su congregación. De estas relaciones se originan
tanto la agonía como la pasión del pastor, sólo que hay más pasión que agonía.
Uno de los errores más trágicos que un pastor puede
hacer es el de no reconocer el valor de las personas. Es el día más oscuro en
la vida del pastor cuando mira a una persona, y ve una “cosa”. Las cosas pueden
usarse, pero las personas son para ser amadas. ¡Cuán sutil es la tentación del
pastor de dominar a su pueblo en vez de servirlo! Séneca dijo, “Dondequiera que
hay un ser humano, allí hay una oportunidad de ser amable”. Un proverbio
japonés dice, “Una palabra cariñosa puede dar calor a tres meses de invierno”.
El éxito de un pastor se determina, no por el número de congregantes que tiene,
sino por el número de personas a quienes sirve.
Muchos ministros tienen un “complejo de edificios”
que hace poner los templos como lo principal en su ministerio. ¡Qué preocupados
están muchos pastores de que sus edificios sean suficientemente amplios para
contener a sus oyentes! De mayor interés debería ser la pregunta; ¿tengo lugar
para todos ellos en mi corazón?
Si uno quiere servir a la gente, ha de principiar
entendiéndolos. Lindgren dijo, “Mientras más profundo sea su entendimiento de
las personas y más cercana su relación pastoral con ellos, más éxito logrará en
hablarles significativamente”. Clinebell aseguró: “La única relación que en
verdad es importante, es la relación a las necesidades profundas de las
personas”. Una mujer le dijo a su aconsejador, “Cada persona es alguien
buscando ayuda”. El pastor tiene que responder a este clamor, y el no responder
es tanto como negar que esas personas necesitadas son personas.
Jesús sentó el patrón en la parábola del buen
samaritano. ¿No es acaso extraño que de las tres personas que vieron el hombre
herido—el sacerdote, el levita y el samaritano—fuese este último, el que no era
clérigo, el único que hizo algo por él? Es triste que el sacerdote y el levita
estuvieran tan ocupados con su ministerio, (o lo que fuera) como para servir.
Se ha dicho que “pretendemos amar a todos, y al generalizar nuestro amor para
todos, dejamos de captar la relación de tú y yo. En vez de la intensidad de una
relación que hace algo por alguien, hemos aceptado el pobre substituto de
darnos la mano con alegría y de hacernos amigos e influir en la gente.”
En su evangelio, San Marcos afirma que quien quiera
una posición prominente tiene que ser el esclavo de todos, y recalca el
argumento recordándonos que nuestro Señor “no vino para ser servido, sino para
servir” (Marcos 10:45).
En conclusión, debemos reafirmar que el ministerio
pastoral descansa sobre esta trinidad de premisas: (1) Es de Dios;
(2) por el Espíritu Santo; (3) Es para su pueblo. Dejemos afuera
el “de Dios” y el ministerio se convertirá en una decisión vocacional en lugar
de un llamamiento. Quitemos el “por el Espíritu” y el ministerio será una actuación
humanitaria. Quitemos el “para el pueblo” y el ministerio se convertirá en una
manipulación, no en una mediación.
ACONSEJANDO Y PREDICANDO
“Generalmente hablando, el predicador puede hacer
tres cosas relacionadas con el consejo: (1) puede cerrar la puerta; (2) puede
abrirle la puerta a esta actividad; y (3) puede reducir la necesidad para
aconsejar.
Hay dos factores que determinan si la predicación
abre o cierra la puerta al aconsejamiento: (1) la actitud del pastor, y (2) el
contenido de su predicación. La actitud del pastor que se proyecta en su
predicación determina en gran parte la cantidad de consejo que él dará. Si en
su predicación su actitud es dura, fría, y propensa a criticar, sus oyentes
inmediatamente sentirán que él no es la clase de persona a quien ellos pueden
comunicarle los aspectos más íntimos de sus vidas. (Por supuesto, la actitud
del pastor se revela en sus relaciones, además de la predicación, pero en
ninguna más claramente que en ésta). Si por el otro lado, su predicación revela
simpatía, ternura y entendimiento, sus feligreses sentirán que pueden hablarle
sobre cualquier clase de problema, sabiendo que él los aceptará.
Lamentablemente, algunos pastores comparan la amabilidad con la debilidad y
sienten que esta actitud es una negación de las demandas del evangelio. Sin
embargo, un examen de la predicación de Jesús desvanecerá esta creencia porque
el Nuevo Testamento claramente deja ver que la verdad más cortante es el amor.
El contenido de la predicación tiene la tendencia
de determinar la cantidad de consejo que dará el pastor a su feligrés. Si la
predicación es severa y crítica (sobre la ley) alejará a los feligreses del
pastor; si es compasiva (llena de gracia) los unirá a él. Jackson dice:
Cuando sus palabras desde el púlpito son evidentemente
el esfuerzo de un pastor que está consciente de las personas, para mediar el
amor saludable de Dios, él abrirá las puertas del corazón de las gentes, a la
vez que las puertas del cuarto de consulta. Porque la predicación efectiva
siempre será una invitación a ir más allá en la exploración de las necesidades
personales.
La predicación puede eliminar la necesidad de
muchas situaciones de consejo, al ministrar propiamente a las necesidades
personales con los recursos del amor y la gracia de Dios. La mejor clase de
predicación demuestra como la zafia entre la debilidad de la humanidad y las
normas de la Deidad pueden salvarse por el puente de la gracia. Así que la
predicación es tanto una confrontación como una mediación que son dos elementos
presentes en una relación consejera sana.
Esto no quiere decir que la predicación puede
eliminar la necesidad de todo consejo. Sólo quiere decir que la clase de
problemas que pueden ser resueltos por la predicación deben ser resueltos de
ese modo.
EL PROCESO DEL CONSEJO PASTORAL
Si el ministro quiere ser de verdadero servicio a
sus feligreses, necesita tener un conocimiento completo de las técnicas de
consejo. Si él no está seguro de lo que es el proceso del consejo pastoral,
esto irá en contra de las posibilidades de su éxito. Por eso tiene que estar
bien versado en las técnicas de aconsejamiento, al grado que se sienta como en
“su casa” en el proceso de consejo.
Hay tres factores que afectan la manera en que el
ministro aborda el aconsejamiento: (1) sus actitudes hacia las personas y sus
problemas, (2) su interpretación religiosa del hombre, y (3) su concepto de sí
mismo y su actuación como ministro. Estos factores determinan el curso y la
calidad del proceso de aconsejamiento.
Si el ministro da por sentado que él vale más, que
es más inteligente y que tiene más fuerza moral que sus feligreses, quizás
tome una actitud autoritaria al aconsejar. Tal vez se vea tentado a dar
consejos en vez de lo que es propiamente el aconsejamiento. Quizá quiera
manipular la entrevista haciendo preguntas directas, dando interpretaciones y
ofreciendo soluciones y respuestas de cajón. Carroll Wise advierte, “El tendrá
que confrontar la tentación a demostrar verbalmente su conocimiento superior y
resolverla en sí mismo. La mayor razón para esta demostración (de ese
conocimiento superior) es la satisfacción del ego que le da al consejero.” El
pastor no debe ser agresivo, porque hay un daño muy considerable que se le
puede hacer al feligrés al forzarlo, al interrogarlo y al confrontarlo con más
de lo que él puede soportar. Forzar al aconsejado a que acepte ciertas
interpretaciones puede crear un ataque y hostilidad.
Según Karl Stolz, “En su connotación más pura,
aconsejar es… una forma de interacción creadora. Es más que un intercambio de
opiniones.” Así que debe ser una empresa de cooperación en que haya más que
sólo hablar; tendrá que ser una transmisión de experiencias en términos de lo
que significan. “Lo importante no es lo que el consejero hace para el
aconsejante; lo importante es lo que pasa entre los dos.” Esto es el corazón
del verdadero consejo. May lo llama la llave al proceso de aconsejar.
La comunicación es más que la conversación. Las
expresiones faciales, la postura de cuerpo, los gestos y otros tipos de
conducta son también vías de comunicación. El ministro tendrá que saber qué es
lo que le quieren decir aun los gestos silenciosos.
La labor del consejero no es la de interpretar,
sino de ayudar al aconsejado a hacer sus propias interpretaciones. Esto quiere
decir que el consejero tendrá que ser un experto en captar, en intuir, y debe
estar dispuesto a dejar que el aconsejado desarrolle su propia intuición. Wise
llama a la intuición “la meta del aconsejamiento”. A una persona con sentido de
culpabilidad habrá que permitirle encontrar una completa liberación de ésta al
comunicarse con su ministro, quien ha creado una atmósfera de aceptación y
entendimiento. El pastor consejero tendrá que cuidarse para no dar una
seguridad verbal a su aconsejado. Algunos psicólogos insisten en que estas experiencias
de tranquilidad son realmente expresiones de las propias ansiedades del
consejero. La seguridad “no se trasmite por el consejero, sino que es más bien
el resultado de los dos (consejero y aconsejado) tratando juntos en un intento
de encontrar un sentido más profundo de realidad positiva en las experiencias
del aconsejado.” La tranquilidad viene como un resultado de compartir una
experiencia entre el pastor y su feligrés.
El pastor debe evitar el imponer sus convicciones
sobre su aconsejado. Esto no es conveniente, porque hace que el consejero
antes que el aconsejado sea el punto focal en la situación de aconsejamiento.
Hiltner dice, “Es un error si (el aconsejamiento) se hace en forma de
explotación o de coerción, porque tal acción hará a un lado la dignidad inherente
de la persona. Bonnell lo expresa de este modo: “Toda intimidad que se le da al
consejero, éste ha de recibirla con espíritu de plena comprensión. No es su
labor ser el juez de la gente.” Deberá desarrollar una actitud tal que nunca se
sorprenda por lo que le digan en confianza. Bonnell ha dado algunos principios
generales para el pastor consejero, que son dignos de consideración:
1. Pocas personas, ya sean feligreses o extraños,
que vienen a hablar con el ministro, presentan al principio con franqueza y
claridad la realidad del propósito de su visita.
2. Oiga con paciencia al feligrés que ha venido a
hablar con usted.
3. No acepte el diagnóstico que el feligrés le
exprese a usted de su propio problema.
4. Familiarícese con los problemas de sus
feligreses, a fin de desarrollar una penetración de sus necesidades básicas.
5. Toda revelación que se le haga a usted en
entrevista personal debe mantenerse inviolable.
La actitud del ministro hacia sus feligreses debe
ser una actitud de respeto. A medida que ellos aprenden a confiar en él, él
también debe confiar en ellos. Su actitud constante hacia ellos debe revelar
que tiene fe en la humanidad y en el bien que reside en los seres humanos.
FUNCIONES DEL ACONSEJAMIENTO
1. Escuchar. El consejero debe dejar que la
historia del aconsejado proceda con naturalidad, sin inyectar dominación o
coerción alguna. Cuando el pastor intenta que el problema “nazca mediante una
operación cesárea”, hay la posibilidad de lastimar al paciente. El nacimiento
natural de la historia es más lento, pero ofrece mucho menos peligro. El
aconsejado experimenta una forma de sanidad mientras relata su historia de
acuerdo a su propio paso. A muchas personas no les es fácil cambiar de su
aislamiento a la intimidad. Cuando el consejero procura acelerar este cambio,
aumenta la ansiedad del aconsejado en lugar de reducirla”[3].
Cuando el pastor está escuchando bien, es llevado
por la corriente de emociones del aconsejado. Como el hombre que flota en un
río que no es muy profundo, puede dejar que la corriente lo cargue y al mismo
tiempo “tocar el fondo”. Asimismo, él puede sentir las emociones del aconsejado
sin dejar que lo inunden. Puede ser llevado, pero sin ser dominado por ellas.
Muchas personas no son buenos oyentes. Solamente un
porcentaje pequeño de lo que se dice es escuchado. Sin embargo, millones están
muriéndose (emocionalmente) porque no se les ha escuchado. Una mujer, frustrada
porque su esposo no la escuchaba, hizo esta dramática declaración: “Ya nadie
escucha a nadie”. Ella casi tenía razón. Nuestro más grande medio de contacto
interpersonal es hablar. Cuando se escucha lo que dice una persona cierta
terapia ocurre; cuando no se le oye, viene la frustración.
El pastor está en posición de ayudar a las personas
simplemente escuchándolas. Lamentablemente muchos pastores no saben escuchar.
Lo cual es fácil de entender, al recordar que su mayor preparación es para
comunicar, no para escuchar. Sus amplios estudios en los campos bíblicos,
teológico e histórico, como también su preparación en muchos de los campos
prácticos, lo equipan a comunicar sus conocimientos a otros. Ciertamente esto
es de vital importancia. Pero aunque su efectividad en el púlpito depende de su
habilidad para comunicar (comunicar la verdad) mucho de su éxito en la iglesia
depende de su capacidad de escuchar.
Muchos pastores no pueden hacer fácilmente la transición
entre hablar y oír. Al fallar en este particular, impiden o casi destruyen su
éxito al tratar de aconsejar.
Casi las únicas personas que verdaderamente oyen a
otros en nuestra sociedad, son los psiquiatras, los psicólogos y los
consejeros, y a ellos se les paga considerablemente por sus servicios. ¡Oidores
pagados!
El consejo del pastor no puede ser mejor que su
información. Solamente hay una persona que tiene cierta información que el
pastor necesita: el aconsejado. El único modo de recibir esta información es
oyendo. El consejo de Shakespeare, “Dale a cada hombre tu oído, y a pocos la
voz”, se aplica especialmente al pastor consejero. El pastor que escucha
aprende. Cuando un pastor consejero está hablando, el aconsejado está
aprendiendo poco y el pastor no está aprendiendo nada.
Algunos africanos se expresaron así acerca de un misionero:
“Tiene orejas suaves”. El oído suave puede ser una de las más grandes
posesiones del pastor consejero. Y aunque estamos de acuerdo en que el pastor
debe tener más que un “oído atento” debe ver el valor de escuchar, y debe
escuchar con exactitud como el fundamento en que descansa el resto de su arte
de aconsejar.
Una mujer se quejó de su esposo con su consejero.
“El no oye con su corazón.” No todos los oidores “sin corazón” se encuentran en
los hogares de los feligreses; algunos están en las oficinas pastorales. El oír
con el corazón permite al pastor oír gemidos silenciosos y ver las lágrimas
invisibles. El arte de escuchar, de un pastor dado, no está completamente
desarrollado sino hasta que no solamente oye lo que se le dice, sino también lo
que no se le dice.
Un error común es el de oír más rápidamente de lo que
el aconsejado está hablando. En esta forma el consejero se adelanta al
aconsejado y principia a derivar conclusiones sobre lo que piensa que el
aconsejado va a decir. El aconsejado sabe que el consejero no “está con él” y
se sentirá frustrado mientras intenta hablar de su problema.
2. Responder. Ya hemos dicho que escuchar es
el fundamento sobre el cual descansan todas las técnicas del consejero. Una de
estas técnicas es la de responder. Respondiendo propiamente a su conversación,
el aconsejado siente que su pastor en verdad le ha oído. Esto sucede cuando el
pastor responde a lo que se ha dicho de tal manera que pueda proyectar lo que
siente, al menos en cierto grado, como el aconsejado siente. A esto se le llama
empatía. La empatía se ha definido como, “Tu dolor en mi corazón”. Sin embargo,
la empatía que uno siente no es suficiente. Debe comunicársele al aconsejado.
Esta es la técnica de responder.
El responder le comunica al aconsejado la idea,
“sí, yo sé cómo se siente” o, “Sí, yo también he estado en esa situación”. Este
proceso de oír y responder puede ser muy terapéutico para el aconsejado. Esto
no quiere decir que todos los problemas se resuelven por el proceso de oír y
responder; pero, quiere decir que esto forma un vínculo entre consejero y aconsejado,
del que puede nacer una relación benéfica. Aconsejar no es tanto una
identificación de mentes como de sensaciones. La función del aconsejamiento no
es lograr que los feligreses se enteren en qué condición está el pastor; sino
saber en qué condición están ellos. Esto se obtiene principalmente escuchando
sus sentimientos y respondiendo a ellos.
3. Apoyar. Otra función del consejero es
apoyar, término que aquí usamos con varias definiciones tales como: sostener,
llevar el peso o fuerza, soportar o evitar que uno se hunda. Todas estas
definiciones son aplicables a la actuación del ministro. Muchos vienen a su
ministro con una carga tan grande que ya no pueden soportar. Su función es la
de ayudar a su feligrés sosteniéndole, elevándole y evitando que se hunda. Esto
no quiere decir que él asume todo el peso y responsabilidad de los problemas de
sus aconsejados. Pero sí que le ayuda a soportar su carga en tanto que llegan
mejores tiempos para ellos, a través del aconsejamiento y tratando con sus
problemas. El pastor dedicado ayuda con alegría y decisión a llevar esas cargas
porque en verdad le interesan sus feligreses.
4. Aclarar. Otra función del aconsejamiento
es la de ayudar a aclarar la naturaleza del problema de su feligrés. En muchos
casos esta aclaración se necesita porque el feligrés ha estado tan cerca de su
problema que ha perdido su perspectiva en relación con él. Está tan hundido en
él que no puede verlo objetivamente. Los problemas profundos evocan emociones
profundas que con frecuencia le impiden al feligrés ver aquello que el pastor
puede ver fácilmente. La emotividad del feligrés afecta negativamente su razón.
Se ve impulsado por la emoción en vez de ser guiado por la razón. Aquí la
actuación del pastor es doble: (1) Reducir la emotividad dejando al feligrés
ventilar sus sentimientos; y (2) aumentar la racionalidad ayudándolo a examinar
con la prueba de la realidad su condición emotiva.
Habrá que obtener la aclaración del problema si se
quiere una adecuada solución. De otro modo el intento del feligrés de resolver
su problema resultará en tomar un camino incierto hacia un destino indefinido.
5. Interpretar. Este es un proyecto
combinado del pastor y el feligrés. Incluye tener un entendimiento de lo que es
el problema, qué lo ha causado, cómo ha afectado al aconsejado, y qué dirección
general habrá que tomar hacia su solución. Esta es una etapa crucial en el
proceso de aconsejamiento.
6. Formular. Esta función del aconsejamiento
consiste en ayudar al feligrés en la formulación de una solución de su
problema. Este proceso será doble: (1) Una formulación de actitud, y (2) una
formulación de acción. La formulación de actitud incluirá un nuevo modo de
reacción y conducta. Debe haber un cambio de actitud antes de que haya un
cambio de acción. El cambio de actitud es interpersonal en naturaleza mientras
que el cambio de conducta es generalmente interpersonal.
Hay que señalar que en la función de formulación,
el papel del pastor es el de ayudar. Tiene que darse cuenta de que es problema
del feligrés y no de él; por tanto el feligrés mismo tiene que formular la
solución del problema, con la ayuda del pastor. Ocasionalmente, es posible que
la solución propuesta a cierto problema sea principalmente el trabajo del
pastor, pero el feligrés tiene que aceptarlo como “suyo propio” en el sentido
de que ve la validez de él y esté dispuesto a utilizarlo. Así lo adopta y se
convierte en suyo.
El pastor tiene que evitar la práctica de andar
dando recetas como soluciones a los problemas de sus feligreses. Esta manera de
abordar los asuntos niega la validez de una perspectiva de cooperación, y
tiende a facilitar que el pastor imponga planes de afuera antes que permitir
que aparezcan del fondo mismo de la relación de consejo.
7. Guiar. La última función del pastor
consejero es la de guiar al feligrés hacia una meta, usando el mapa que fue
creado durante el proceso de formulación. En los primeros escalones del viaje
del feligrés, tal vez el pastor tendrá que estar muy activo en su actuación
como guía. A medida que su feligrés progresa hacia su meta, el pastor tomará
menos parte hasta que finalmente su ayuda no será necesaria.
Y siendo que su meta final para sus feligreses es
el crecimiento, la madurez y la totalidad, el pastor consejero está buscando
siempre cómo perder su trabajo a base de solucionar el problema. Esto es, tal
es el cambio operado en sus feligreses, que ya el pastor no es necesitado del
mismo modo que lo necesitaban cuando estaban en crisis.
Ampliando nuestra visión del Consejo pastoral
La mayoría
de la gente tiene problemas. Hay personas que no se llevan bien con sus maridos
o con sus esposas; otras están abrumadas por problemas de dinero o de
educación de los hijos; otras sufren depresión nerviosa; otras sienten una
especie de vacío interior que les impide realizarse; hay en fin otras
esclavizadas por el alcohol o por el sexo. No hay suficientes consejeros profesionales
para dar abasto con tantos problemas. Y aunque los hubiera, son relativamente
pocas las personas con dinero y paciencia suficientes para aguantar las caras y
lentas series de sesiones que a menudo exigen los tradicionales métodos de
esta clase de psicoterapia profesional. Además, es preciso admitir que el
porcentaje de éxitos por parte de psicólogos y psiquíatras no justifica la
conclusión de que una terapia profesional que esté al alcance de todos los
bolsillos, sea la respuesta deseada.
El aumento
de problemas personales y una creciente desilusión en los esfuerzos
profesionales por resolverlos, han dado paso al intento de buscar nuevas vías
de solución. Ha llegado el momento preciso para que los creyentes que tomen a
Dios en serio, desarrollen un método bíblico de aconsejar que afirme la
autoridad de la Escritura y la necesidad y suficiencia de Cristo. La amargura,
la culpabilidad, la preocupación, el resentimiento, el mal genio, el egoísmo
quejumbroso, la envidia y la lascivia están consumiendo a nivel psíquico,
espiritual (y, a menudo, a nivel fisiológico) las vidas de los hombres. Al
menos en nuestro subconsciente, se ha encastillado la idea de que, para
nosotros los creyentes, la entrega a Cristo y la dependencia del poder y de la
guía del Espíritu Santo, nos exigen someternos a lo que el médico prescriba.
Pero el caso es que la psicología y la psiquiatría profanas se han empeñado en
meternos en la cabeza la noción de que los problemas emocionales son efecto
de un desequilibrio psíquico y dentro de esos límites se mueve todo el
diagnóstico, así como la terapia, del especialista en psicología. Un renombrado
psicólogo, O. Hobart Nowrer, ha recriminado a la Iglesia el haber vendido su
espiritual primogenitura en cuanto al derecho a enseñar a la gente el modo de
vivir con eficacia, a su colega el psiquiatra, no pocas veces su antagonista,
a cambio de un plato de lentejas en forma de propaganda.
Estoy
convencido de que la iglesia local debe y puede asumir con éxito la
responsabilidad de contar entre sus filas hombres capaces de restaurar en la
gente con problemas la salud espiritual que les permita llevar una vida plena,
productiva y creadora. Un psiquiatra comentaba recientemente que sus
pacientes todos estaban básicamente hambrientos de cariño y acogida y dónde
debería manifestarse mejor el cariño que en una iglesia local centrada en
Cristo. Jesús oró para que todos los suyos fuesen uno. Pablo habla de alegrarse
con el que se alegra, de llorar con el que llora y de sobrellevar los unos las
cargas de los otros. En la medida en que se cumple el objetivo que el Señor le
fijó a su Iglesia, queda también satisfecho dentro de la Iglesia el profundo
anhelo de ser amado y acogido, el cual engendra tantos problemas psicológicos
cuando no encuentra la debida satisfacción.
Según
explicaremos en detalle más adelante, la gente no sólo necesita amor, sino
también un objetivo para sus vidas. La vida debe tener un sentido, un destino y
una meta que no son pasajeros ni se producen automáticamente. Y es la iglesia
local la destinada a suministrar una orientación al respecto. El Espíritu
Santo ha distribuido sus dones espirituales entre todos y cada uno de los
miembros del Cuerpo. El ejercicio de tales dones contribuye a la más importante
de todas las actividades que tienen hoy lugar en el mundo, es a saber, la
edificación de la Iglesia de Jesucristo. ¡Qué objetivo tan magnífico y de una
importancia eterna para la vida, queda específicamente a disposición de los
hombres en el interior de las estructuras organizadas de la iglesia local. Más
adelante, explicaré más detenidamente mi creencia en que la iglesia local ha
recibido en exclusiva de parte de Dios el ministerio de satisfacer las
necesidades de la gente que padece trastornos emocionales.
Si hemos de
esperar algún éxito del desempeño de una responsabilidad tan inmensa y tan
seriamente descuidada, los pastores necesitan volver al modelo bíblico, que no
consiste en que el pastor sea el único que ejerce este ministerio con todos,
sino en equipar a los miembros de la congregación para que ellos mismos puedan
cumplir esta tarea por medio del ejercicio de sus dones espirituales. Las
congregaciones necesitan recobrar aquel maravilloso sentido de la «koinonía» o
comunión, practicando una verdadera comunicación de bienes. Los pastores
necesitan también entender la perspectiva bíblica sobre los problemas
personales y enfatizar desde el pulpito la necesidad de aconsejar según la
Biblia. En cada iglesia debería haber hombres y mujeres adiestrados en este
ministerio sin par, de aconsejar de acuerdo con la Palabra de Dios. El
desarrollo de una iglesia local hasta convertirse en una comunidad equipada para
aconsejar, utilizando sus recursos singulares de comunión fraternal y ministerio,
es una idea apasionante que necesita mucha reflexión. Como base para dicha
reflexión es preciso que contestemos antes a la pregunta siguiente: ¿Cuál es el
método bíblico que ha de usarse en el arte de aconsejar? Es preciso dedicar
una atención urgente, inteligente y de mucha amplitud a la tarea de desarrollar
un método para ayudar a la gente, el cual, al par que eficiente, sea en todo
consecuente con la Biblia.
Todo concepto
sobre el arte bíblico de aconsejar debe basarse en el principio fundamental de
que existe realmente un Dios infinito y personal que se ha revelado a Sí mismo
en forma de proposiciones escritas, en la Biblia, y personalmente en una
Palabra viva y encarnada, Jesucristo. Conforme al testimonio de ambas, la
Biblia y Jesucristo, el problema primordialmente básico de todo ser humano es
su separación de Dios, el abismo creado entre ambos por el hecho de que Dios es
santo y nosotros no lo somos. Mientras no se establezca comunicación entre
ambas orillas, la gente podrá dar a sus problemas personales ciertas soluciones
transitorias y parciales, echando mano en mayor o menor cuantía de los
principios que ofrece la Biblia, pero nunca podrán disfrutar de una existencia
completamente satisfecha ni en esta vida ni más allá de la tumba. El único modo
de encontrar a Dios y disfrutar de la vida en comunión con El, es por medio de
Jesucristo. Cuando estamos de acuerdo con Dios respecto a nuestra condición
pecadora, nos arrepentimos de nuestros pecados y ponemos toda nuestra fe y
confianza en la sangre de Jesús como el precio total de nuestro rescate de la
esclavitud del pecado y del demonio, ello basta para conducirnos a una íntima
relación con Dios (un hecho verdaderamente asombroso) y nos abre la puerta a
una vida plena y con sentido.
Ahora bien,
si los cristianos se sienten inclinados a sustituir la pura psicoterapia
profana por unas normas bíblicas aplicadas en el contexto de la iglesia local,
hemos de decirles que el justo medio consiste en no quitar importancia a los
aspectos científicos y en no contentarnos con ellos. Los Evangélicos suelen
irse a uno de los dos extremos. No basta con decirle sin más a una persona que
sufre depresión, que es pecadora y que debe confesar sus pecados al Señor
prometiéndole no volver a pecar. Tal modo de proceder presentaría al mundo el
rostro de un Cristianismo más opresivo que liberador, como un sistema
insensible lleno de normas duras de cumplir. Recientemente se ha intentado
programar un arte cristiano de aconsejar a la manera en que se planearía una
cacería de brujas: localizar el pecado y echarlo a la hoguera. Más adelante
explicaré las razones que tengo para creer que este modo de obrar, aunque
correcto en su base teológica, es incorrecto y no precisamente bíblico en su
metodología. Es un error muy grave el pensar que Cristo sólo puede ayudar en
problemas específicamente espirituales, pero que no le compete el resolver
problemas de tipo psíquico personal (como la depresión), para cuya solución es
preciso echar mano de la psicoterapia profana. Los que repiten sin más que
«Jesús es la respuesta», no suelen tener mucha experiencia en el trato concreto
y personal de los problemas cotidianos que afectan al hombre de la calle.
Cuando llega el caso de enfrentarse con la cruda realidad de un problema
personal, emocional, familiar, etcétera, o se limitan a animarles o que tengan
más fe, más oración y más estudio de la Biblia (buen consejo, pero a menudo tan
poco útil como el decirle a un enfermo que se tome la medicina) o recogen
velas y se van al otro extremo, diciéndoles: «Su problema no es espiritual,
sino mental. Yo no puedo ayudarle; más le vale acudir a un psiquiatra».
Debemos
desarrollar un método sólidamente bíblico para aceptar en el arte de aconsejar,
un método que tenga en cuenta los avances de la psicología sin traicionar los
principios de la Biblia, que sepa encarar con todo realismo y en toda su
hondura los problemas de la gente, así como la probabilidad de éxito y la
importancia que su solución tiene para la existencia personal y lo que es más
importante, con una fe inquebrantable y apasionada en la inerrancia de la
Biblia y en la completa suficiencia de Jesucristo.
La primera
parte de este libro está destinada a quienes aconsejan con regularidad a los
creyentes con problemas, que «busquen la ayuda de un profesional». Aun cuando
la intervención de un consejero profesional puede servir de ayuda, a veces
tiene el inconveniente de basarse en principios doctrinales diametralmente
contrarios a los de la Biblia. Aquí vamos a analizar brevemente y dar nuestra
opinión crítica, desde una perspectiva bíblica, de un determinado número de
posiciones que representan las corrientes de pensamiento de la psicología
profana.
El resto
del libro presentaré mis ideas sobre un método realmente bíblico de practicar
el arte de aconsejar.
Un caso típico de Depresión
“Para María cada día es una nueva
batalla para lograr seguir adelante. Muchos días no tiene ánimo suficiente ni
siquiera para levantarse de la cama y cuando su marido vuelve a casa por la
noche la encuentra todavía en pijama y con la cena sin preparar. Llora muy a
menudo y hasta sus momentos de mejor humor se ven continuamente interrumpidos
por ideas de fracaso e inutilidad. Tareas tan insignificantes como vestirse o
hacer la compra le resultan muy difíciles y el menor obstáculo le parece una
barrera infranqueable. Cuando se le recuerda que todavía es una mujer atractiva
y se le sugiere que salga a comprar un vestido nuevo contesta, "esto es
demasiado difícil para mí, tendría que atravesar la ciudad en autobús y
probablemente me perdería, además ya no soy atractiva".
Su forma de hablar y de andar es
lenta y su rostro tiene un aspecto triste. Antes era una mujer vivaz y activa,
colaboraba en asuntos sociales de su barrio, le gustaba leer, pintar y era una
anfitriona encantadora. Entonces ocurrieron dos cosas: Su hijo empezó a ir a la
escuela y su marido fué ascendido a un puesto de gran responsabilidad que lo
obligaba a permanecer demasiado tiempo fuera de casa.
Ahora ella languidece pensando si
merece la pena vivir y ha jugado con la idea de tomarse todo el frasco de sus
píldoras antidepresivas de una sola vez.”[4]
¿Cómo puedo
vencer la depresión?
Si queremos
vencer la depresión, el primer paso a tomar antes de ir a un médico, o antes de
ir a un psicólogo, es establecer esa conexión con Dios por medio del sacrificio
hecho por Jesucristo para que nuestra vida sea transformada. Cuán maravillo es
saber que eres muy importante para alguien que realmente se interesa por
nosotros. Saber que un ser supremo puso sus ojos sobre mí. Aunque tu padre y tu
madre te hayan rechazado y tu familia te haya dicho: "¡no sirves para
nada, no vales un centavo"!, Dios te amó tanto que te dio la vida y dio a
su propio Hijo para que pudieras vivir con esperanza en el mañana y del futuro.
Ese que te
dió la vida te dice: "yo he venido para que tengas vida y vida en
abundancia." Hoy se abre una puerta de salida a tu desesperación y a tu
depresión. Ahora mismo mientras lees estas palabras, está entrando un rayito de
esperanza a tu corazón. Esa luz es Jesús el Salvador, quien dijo: "He
aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo
entraré a él y cenaré con él, y él conmigo." Aunque Jesús murió, la
noticia más maravillosa de aquel tiempo fué que al tercer día resucitó. Su
tumba está vacía. El venció la muerte para darte vida, venció el pecado para
que pudieras acercarte a Dios. El llevó tu depresión, tristeza, tu dolor, tu
angustia, tu desesperación y las clavó en la cruz para darte paz, esperanza, la
vida eterna, una razón para vivir.
El no te
ofrece religión. Es más, Jesús llamó a los religiosos de su época hipócritas,
porque sabía que la religión ni salva ni puede cambiar al ser humano. Solo lo
que él te pide es que lo invites a venir a tu vida y corazón y el cambiará las
circunstancias, borrará tus pecados, te dará esperanza para vivir, podrás
realmente experimentar el verdadero amor y la paz que hasta ahora no has
tenido. Una paz que sobrepasa todo entendimiento humano.
Quizás tu
pienses que los escritores de esta página son unos fanáticos, o están locos,
pero no es así, sino que hablamos por experiencia propia. Hemos vivido en
nuestra propia carne la desesperación de no tener salida, de sentir un vacio y
una angustia tan grande en el alma que el suicidio parecía la única solución.
Sin embargo, el dia que Jesús llegó a nuestras vidas, el no nos mandó a
cambiar, solo dijo: "ven tal y como eres y yo me encargaré de lo demás.
¿Quieres
confiar en Jesús? ¿Quieres tratar una vez más? Quizás esta sea tu última
oportunidad. No la rechaces...
¿Que debes
hacer?
Solamente
repite esta simple oración:
Dios de los
cielos, yo me arrepiento de todos mis pecados. Acepto a Jesucristo como mi
Salvador y mi Señor... ven a mi corazón Señor Jesús y dame vida eterna...yo
acepto el sacrificio que hiciste por mí en la cruz del Calvario. Te entrego mi
vida...y de ahora en adelante te seguiré...amén.
Si has hecho
esta oración de corazón, te garantizamos que tu vida a partir de hoy no será la
misma. Ahora debes conocer más a Jesús a través de su palabra, la Biblia. Debes
buscar una iglesia donde congregarte y aprender más sobre los caminos de Dios.
Si has hecho
la oración aceptando a Cristo, conéctate a los siguientes enlaces para más
información sobre los primeros pasos que debes tomar. Dios te bendiga.
Bibliografía
Hamilton, James D., El ministerio del pastor consejero, Casa Nazarena de
Publicaciones, 1979, wesley.nuu.edu
PRINCIPIOS BIBLICOS DEL ARTE DE ACONSEJARL. J. Crabb
Crabb, L. J., Principios Bíblicos del Arte de Aconsejar, graciasoberana.com
Kramer, Peter D. (2006). Contra la depresión. Barcelona: Seix
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Jackson, Stanley W. (1986). Historia de la melancolía y la depresión.
Madrid: Turner.
Ayudo Gutiérrez, J. L. (1980). Trastornos afectivos. En J. L. Rivera y
otros (1980), Manual de psiquiatría. Madrid: Karpos.
Cabaleiro, A., Fernández Mugetti, G. y Sáenz, M.: Depresión y
subjetividad: Tesis. (Consultado en [1].)
Vara Horna, Arístides A. (2006). Aspectos generales de la depresión: Una
revisión empírica. Asociación por la Defensa de las Minorías: Lima.
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Hollon, S. & Ponniah, K. (2010). A review of empirically
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and Anxiety.
Weissman, M., Markowitz, J. & Klerman, G. (2000). Comprehensive
Guide to Interpersonal Psychotherapy. Basic Books
García Sánchez, J. & Palazón Rodríguez, P. (2010). "Afronta tu
depresión con psicoterapia interpersonal". Desclée de Brouwer (en
prensa).
Beck, J. (1995). CTerapia cognitiva: conceptos básicos y profundización.
Gedisa Editora.
Burns, D. (1980). Sentirse bien. Ediciones Paidós.
Martell,
C. et al.(2010). Behavioral
activation for depression. The Guilford Press.
Jackson, Stanley W. (1989). Historia de la
melancolía y la depresión. Desde los Tiempos Hipocráticos a la Época Moderna.
Ediciones Turner, Madrid. ISBN 84-7506-257-1.
Laín Entralgo, Pedro
(1978, reimpresión 2006). Historia de la Medicina..
Elsevier, MASSON, Barcelona. ISBN 978-84-458-0242-7.
Foucault, Michel (1967). Historia
de la locura en la época clásica. Tomos I y II. Fondo de
Cultura Económica, México.
o Conti, Norberto (2007). Historia
de la Depresión. La Melancolía desde la Antigüedad hasta el siglo XIX..
Editorial Polemos, Buenos Aires. ISBN 978-987-9165-81-2.
http://depression-screening.org/espanol/sintomas.htm
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Crabb, L. J., Principios Bíblicos del Arte de Aconsejar, graciasoberana.com
[4] Caso real, tomado de una monografía en, www.monografias.com
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