1Reyes 9:3 Y le dijo Jehová: Yo he oído tu oración y tú
ruego que has hecho en mi presencia. Yo he santificado esta casa que tú has
edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis
ojos y mi corazón todos los días.
INTRODUCCIÓN
Debemos cuidar el lugar donde
oramos, que sea un lugar santificado y reverentemente presentarnos ante Dios y
elevar con todo nuestro corazón y con acción de gracias, nuestras oraciones.
No siempre se encuentra un lugar así que sea un lugar realmente santificado. El fariseo subió al templo a orar (Lucas 18.10), sin embargo, evidentemente, no oró “en la presencia de Dios”.
No siempre se encuentra un lugar así que sea un lugar realmente santificado. El fariseo subió al templo a orar (Lucas 18.10), sin embargo, evidentemente, no oró “en la presencia de Dios”.
De
ahí que podamos esperar que el Juez Justo, el Padre, nos traiga el remedio para
el mal cuando oramos.
Los
cristianos no se sienten abrumados esperando al Señor, sino que perseveran en
la fe y desarrollan activamente su vida de oración.
No
toda oración es genuina. Jesús también corrigió la equivocada noción de que la
justicia es un logro humano, en lugar de una dádiva de la gracia de Dios.
Esta
nueva parábola de Jesús va dirigida a «algunos que se tenían por justos y
despreciaban a los demás» (9). Quienes se creían buenos y justos lo hacían a
partir de una serie de normas y preceptos que cumplían a cabalidad, y desde
aquí se sentían con todo el derecho de presentar en su oración una especie de
«cuenta de cobro» a Dios por las cosas buenas que hacían. Jesús desenmascara
esta actitud y abiertamente declara justificado al hombre que delante de Dios
se siente absolutamente indigente, necesitado del amor y de la compasión
divina. El otro no logra esa justificación, no porque Dios se la niegue, sino
porque cree que no la necesita y por tanto, no la pide.
Incluso en el templo, el fariseo no encontró
el lugar deseado. Oró en base a su propia estima, pero el hecho de que dejó el
templo sin ser justificado era evidencia de que o bien no había orado en
absoluto, o que no había orado en la presencia de Dios. Buscar el santuario que
la iglesia considera más famoso, estar parado al lado del pequeño cerro llamado
Calvario y orar allí, ir al monte de los Olivos y arrodillarse en Getsemaní, no
necesariamente nos pone en la presencia de Dios.
Podemos estar en el centro mismo de la reunión de oración y no estar “delante de Dios”. Orar en la presencia de Dios es un asunto más espiritual que el mero hecho de mirar hacia el este o hacia el oeste, o ponerse de rodillas o entrar en paredes consagradas durante siglos. Y no es tan fácil (en realidad es algo que no se puede hacer si no es por el poder del Espíritu Santo), penetrar hasta dentro del velo” (Hebreos 6.19) y estar de pie frente al trono de Dios, consciente y realmente en presencia del Invisible, cumpliendo el mandato de derramar delante de él nuestro corazón (Salmo 62.8). “Delante de él” es el lugar para desahogar el corazón, ¡y bendita la persona que lo encuentra!
Podemos estar en el centro mismo de la reunión de oración y no estar “delante de Dios”. Orar en la presencia de Dios es un asunto más espiritual que el mero hecho de mirar hacia el este o hacia el oeste, o ponerse de rodillas o entrar en paredes consagradas durante siglos. Y no es tan fácil (en realidad es algo que no se puede hacer si no es por el poder del Espíritu Santo), penetrar hasta dentro del velo” (Hebreos 6.19) y estar de pie frente al trono de Dios, consciente y realmente en presencia del Invisible, cumpliendo el mandato de derramar delante de él nuestro corazón (Salmo 62.8). “Delante de él” es el lugar para desahogar el corazón, ¡y bendita la persona que lo encuentra!
DESARROLLO
La oración delante de Dios puede
también ofrecerse en privado, aunque temo que la verdadera oración con
frecuencia no se realiza tampoco allí. Tal vez la siguiente escena le resulta
familiar. Está orando en privado y se encuentra repitiendo palabras
espirituales mientras su corazón divaga. Muchos hemos descubierto que nuestras
oraciones se han convertido en un hábito, con el resultado de que hablamos tanto
delante de las paredes de la habitación como delante de Dios. No nos hemos
percatado de su presencia, no le hemos hablado clara y directamente a él. Es
posible que estemos cumpliendo la enseñanza del Salvador en cuanto a cerrar la
puerta para orar en privado, y aun así descubrir que hemos estado orando
principalmente en nuestra propia presencia mientras que Dios ha estado lejos de
nuestra alma.
Es deplorable hablar piadosamente para sí mismo. “Derramo mi alma dentro de mí”, dice David (Salmo 42.4). No se obtiene gran cosa al derramar el alma dentro de sí mismo, orando para nuestro propio corazón. No se logrará vaciarse a sí mismo ni llenarse de Dios. Solamente revuelve lo que más valdría haber dejado como escoria en el fondo.
Mucho mejor es seguir el curso prescrito en el precepto santo: “Derramad delante de él vuestro corazón” (Salmo 62.8). Eleve sus oraciones hacia arriba y permita que se derramen completamente delante de Dios, dejando lugar en su corazón para algo divino y mucho mejor. Derramar el alma dentro de sí mismo no lleva a nada, sin embargo muchas veces eso es a lo que se limita nuestra oración, a una recapitulación personal de deseos sin destello alguno de las provisión divina, un lamento de debilidad sin un atisbo de fuerza, una conciencia de nulidad sin sumergirse en la total suficiencia de Dios.
Recordemos que el punto principal de la súplica no es orar en la presencia de otros ni en la propia presencia, sino presentar la oración delante de Dios, la verdadera oración es siempre delante de Dios nuestro común padre.
Es deplorable hablar piadosamente para sí mismo. “Derramo mi alma dentro de mí”, dice David (Salmo 42.4). No se obtiene gran cosa al derramar el alma dentro de sí mismo, orando para nuestro propio corazón. No se logrará vaciarse a sí mismo ni llenarse de Dios. Solamente revuelve lo que más valdría haber dejado como escoria en el fondo.
Mucho mejor es seguir el curso prescrito en el precepto santo: “Derramad delante de él vuestro corazón” (Salmo 62.8). Eleve sus oraciones hacia arriba y permita que se derramen completamente delante de Dios, dejando lugar en su corazón para algo divino y mucho mejor. Derramar el alma dentro de sí mismo no lleva a nada, sin embargo muchas veces eso es a lo que se limita nuestra oración, a una recapitulación personal de deseos sin destello alguno de las provisión divina, un lamento de debilidad sin un atisbo de fuerza, una conciencia de nulidad sin sumergirse en la total suficiencia de Dios.
Recordemos que el punto principal de la súplica no es orar en la presencia de otros ni en la propia presencia, sino presentar la oración delante de Dios, la verdadera oración es siempre delante de Dios nuestro común padre.
CONCLUSIÓN
¿Desea ingresar en oración verdadera? No pregunte:
“¿Qué debo decir?” Dígale a Dios lo que desea decir. ¿Cuál es su deseo? ¿Quiere
ser salvo? Ruéguele que lo salve. ¿Quiere ser perdonado? Pídale perdón. Tal vez
se pregunte: “¿Qué palabras uso?” No necesita palabras especiales. Si no tiene
palabras, mire a Dios. Permita que su corazón piense en lo que desea. Hay
música sin palabras, y hay oraciones sin palabras. El alma de la oración es
estar en la presencia de Dios y anhelar delante de él. El oye sin sonidos y
comprende si explicaciones.
Abra su corazón, mírelo, y pídale que lea lo que usted no puede leer. Suplíquele que en su gran misericordia le dé, no de acuerdo a mi propio sentido de lo que necesito, sino a las riquezas de la gracia en Jesucristo. Está orando delante de Dios si tiene conciencia de su presencia. Dios no exige que usted se exprese en palabras. Con una mirada omnisciente, él lee lo que está escrito en su corazón. Saber que él conoce su corazón y rogar en ese espíritu, es orar delante de Dios.
Abra su corazón, mírelo, y pídale que lea lo que usted no puede leer. Suplíquele que en su gran misericordia le dé, no de acuerdo a mi propio sentido de lo que necesito, sino a las riquezas de la gracia en Jesucristo. Está orando delante de Dios si tiene conciencia de su presencia. Dios no exige que usted se exprese en palabras. Con una mirada omnisciente, él lee lo que está escrito en su corazón. Saber que él conoce su corazón y rogar en ese espíritu, es orar delante de Dios.
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