domingo, 12 de agosto de 2012

Al Señor busqué en el día de mi angustia


Pr Lic. Guillermo Sebastián Olivera

Sal 77:2  Al Señor busqué en el día de mi angustia;  Alzaba a él mis manos de noche, sin descanso; Mi alma rehusaba consuelo.

                                          

INTRODUCCION

Los recuerdos de la bondad y la fidelidad de Dios sustentaron a Israel a través de sus dificultades. Sabían que Dios era capaz y digno de confianza. Cuando se enfrente a nuevas pruebas, repase las cosas buenas que Dios ha hecho en su vida y esto lo fortalecerá en su fe.

Los días difíciles deben ser días de oración; cuando parece que Dios se aleja de nosotros debemos buscarlo hasta que lo hallemos. En su día difícil el salmista no buscó la diversión o el entretenimiento; buscó a Dios, su favor y gracia. Quienes tienen problemas mentales deben orar para alejarlos. —Él meditó el problema; los métodos que debieron aliviarlo sólo aumentaron su pesar. Cuando se acordó de Dios fue sólo la justicia e ira divina. Su espíritu estaba abrumado y hundido bajo el peso. Que el recuerdo de las consolaciones perdidas no nos haga desagradecidos de lo que quedó. En particular, él llama a recordar las consolaciones con que se sostuvo en pesares anteriores.

Este es el lenguaje de un alma adolorida y solitaria, que anda en tinieblas; caso común aun entre quienes temen al Señor, Isaías i, 10. Nada hiere y lacera más que pensar que Dios está airado. El propio pueblo de Dios, en un día nublado y oscuro, puede sentirse tentado a sacar conclusiones erróneas sobre su estado espiritual y del reino de Dios en el mundo. Sin embargo, no debemos dar lugar a esos temores. Que la fe responda desde la Escritura. La fuente turbia se aclarará nuevamente; y el recuerdo de épocas anteriores de experiencias gozosas, a menudo suscita esperanza, y tiende al alivio. Las dudas y los temores proceden de la falta de fe y su debilidad. El desaliento y la desconfianza en caso de aflicción suelen ser con demasiada frecuencia las enfermedades de los creyentes, y como tales, tienen que ser pensadas por nosotros con pena y vergüenza. Cuando la incredulidad esté obrando en nosotros debemos suprimir su levantamiento.



DESARROLLO

Es conmovedora la angustia del salmista; son tiempos difíciles, horas de fatiga emocional y sin embargo mantiene la esperanza en la fidelidad de Dios; el recuerdo de las grandes hazañas con que acudió a salvar a su pueblo en el pasado, trae esperanza y certeza para continuar el ruego, sin descanso. Cuando estamos en medio de la angustia, especialmente cuando parece que Dios se ha apartado de nosotros, qué importante es permanecer en oración. El salmista mantiene la esperanza en alto, sabiendo que Dios vendrá con su santo socorro. No es posible otro consuelo, no es posible conformarse con menos.

Hay momentos en la vida de todos los creyentes en que Dios y sus caminos se les vuelven ininteligibles. Se pierden en la meditación profunda, y no queda nada en ellos sino suspiros de abatimiento. Pero sabemos, por el apóstol Pablo, que el Espíritu Santo intercede por los creyentes en Dios con gemidos indecibles. Las grandes aflicciones dejan mudo. Las corrientes profundas no borbotean entre los guijarros, como los arroyuelos superficiales de un chubasco pasajero. Las palabras le fallan al hombre cuyo corazón falla. Ha clamado a Dios, pero no puede hablar a los hombres; qué misericordioso es que, si hemos hecho lo primero, no tenemos que desesperarnos cuando lo segundo no nos es posible. Sin sueño y sin habla, Asaf se veía reducido a grandes extremos, y, con todo, se reanimó, y también lo haremos nosotros. Algunas veces nuestra aflicción es tan violenta que si no le damos salida nos sofoca y somos aplastados. En nuestras deserciones y abandonos ocurre como en el hombre que sufre una herida pequeña; al principio ni hace caso, pero al no prevenir un daño futuro, la herida descuidada empieza a enconarse, o viene la gangrena que le causa gran dolor y pérdida.
Lo mismo pasa en ocasiones de tristeza espiritual; cuando estamos turbados al principio, oramos y derramamos nuestra alma delante del Señor, pero después las aguas de nuestro pesar ahogan nuestros gritos y nos vemos tan abrumados que no podríamos orar por nada en el mundo, o por lo menos no hallamos alivio, ni vida, ni placer en nuestras oraciones; y Dios mismo parece no deleitarse en ellas, y esto nos pone aún más tristes (Salmo 22:1). Timothy Rogers en Un discurso sobre la preocupación y la melancolía
Las lágrimas tienen una lengua, una gramática y un lenguaje que nuestro Padre conoce. Los niños pequeños no tienen necesidad de oraciones para conseguir el pecho, sino que usan el llanto: la madre puede oír el hambre en el lloro

Si, en medio de todos tus desánimos, tu condición empeora de forma que no puedes orar, sino que te quedas mudo cuando acudes a su presencia, como David, entonces vienen otras expresiones cuando no puedes hablar: gemidos, suspiros, sollozos, como sucedió en el caso de Ezequías; lamenta tu condición indigna y desvalida, y desea que Cristo presente a Dios tus peticiones, y Dios las oirá de Él.



CONCLUSIÓN
Cuando la desesperación se apodera del ser humano es capaz de las más absurdas conclusiones. Se turban sus pensamientos y se confunde su razón. Trastrueca el valor de los hechos y de las cosas y se siente miserable y desamparado.
Todo esto y mucho más están implicados en las palabras contenidas en los diez primeros versículos del Salmo 77. Pero comenzando con el undécimo establece una nueva situación. Ya hemos visto en el versículo diez, “Enfermedad mía es esta”. Es decir, que esa manera de pensar, de sentir y de dejarse arrastrar por el des-ánimo, es algo enfermizo, alejado de la lógica y del sentido común. Esa manera de pensar y de sentir constituye una cruda ingratitud de nuestra parte. Para comprender nuestra equivocación bastaría que recordáramos las muchas veces en que hemos recibido innumerables bienes y las mu-chas cosas que sin merecerlas nos ha dado el Señor, y las que hemos recibido de nuestro prójimo. Por eso dice el salmista: “Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo”.
En otras palabras, debemos pensar: “Es tiempo ahora de que recuerde las muchas veces en que el poder de Dios se ha manifestado en mí, las veces en que he recibido ayuda de aquellos que me rodeaban. Debo recordar, para no caer en error, las veces que Dios se ha acordado de mí.
Si en estos momentos parece que el Todopoderoso está callado, la culpa, sin duda no está en él. Está en mí”. Al razonar así nos ponemos en condiciones de levantar el ánimo y de mirar hacia adelante con esperanza y con seguridad.
Esa es la actitud correcta. Por eso decidió el salmista: “Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos” (ver-sículo 12). Cuando también nosotros miramos las obras de Dios, cuando analizamos la manera cómo él ha obrado constantemente en nuestro favor y cómo sigue haciéndolo, comprendemos que no hay la menor razón para la duda. Y en lugar de hablar de desánimo, hablamos de optimismo, de seguridad, de triunfo. Y decimos con el salmista: “Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder” (versículo 14).
No caigamos en la equivocación y el pecado de la disconformidad. El Todopoderoso nos ha provisto de toda clase de cosas y de bienes y tiene constante interés en nosotros. No pongamos en tela de juicio sus providencias, por-que podemos verlas en todo lugar donde miremos. Tenía razón Amado Nervo cuando decía: “No enumeres jamás en tu imaginación lo que te falta. Cuenta, por el contrario, todo lo que posees; detállalo si es preciso hasta la nimiedad. Y verás, que en suma, la vida ha sido espléndida contigo.
“Las cosas bellas se adueñan tan fácilmente de nosotros, y nosotros con tal blandura entramos en su paraíso, que casi no advertimos su presencia. De ahí que nunca les hagamos la justicia que merecen.
“La menor espina, en cambio, como araña nos sacude la atención con un dolor y nos deja la firma de ese dolor en la cicatriz. De ahí que seamos tan parciales al contar las espinas. Pero la vida es liberal en grado sumo contigo. Haz inventario escrito de sus dones y te convencerás. Esta es la actitud que debiéramos seguir. En lugar de hacer hincapié en lo que creemos que nos falta, contemos todo lo que poseemos, hagamos la enumeración de las cosas que el Todopoderoso nos ha dado, y veremos que ha sido generoso en grado sumo con nosotros. Dejemos a un lado los lamentos y veamos el lado bueno de las cosas que tantas veces pasamos por alto con tanta injusticia. Con demasiada frecuencia parecería como si halláramos placer en el enfermizo espíritu de la autocompasión, y nos complacemos --o parecemos complacernos-- en el pensamiento deprimente de que no vale la pena hacer más esfuerzos que conducirían a otro fracaso. No nos detenga el temor de que si sembramos los pájaros pueden comerse la semilla, o la lluvia excesiva o la falta de lluvia pueden acabar con ella. . . No, hablemos de cosas positivas. El pensar de otra manera, como dice el salmista, es una enfermedad; es un estado de debilidad al que debemos sobreponernos con la ayuda del Todopoderoso.
Complazcámonos en ver el lado brillante de las cosas. Mantengamos este espíritu en el hogar en el que con tanta frecuencia se producen grietas simplemente por falta de optimismo, por falta de confianza en los demás. Sea ése también el espíritu que llevemos al lugar donde trabajemos, a la oficina, al taller, a donde sea. Dejemos el pesimismo a un lado y descubriremos virtudes que nunca habíamos visto antes en nuestros amigos, en nuestros vecinos, en todos aquellos que nos rodean.

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